1/12/10

El maestro de esgrima


ARTURO PÉREZ-REVERTE, El maestro de esgrima

Ha sido una grata experiencia el redescubrir por qué Pérez-Reverte, en mi memoria, era un gran novelista. Siempre digo que sus últimas novelas adolecen de una preocupante columnización, con mucho insulto rimbombante y mucha frasecilla ingeniosa, pero sin un discurrir de una historia al que agarrarse. Para mí el principio del fin lo supuso La carta esférica, que si bien no muestra esto que acabo de decir, es el primer paso para que ese repetido personaje suyo curtido en mil batallas comenzara a convertirse en una caricatura de sí mismo, defecto que alcanza su plenitud en El pintor de batallas, y que ha terminado por alcanzar, en sus últimas novelas, al Capitán Alatriste, e incluso al propio Reverte, traspasando las barreras del papel. Por otro lado, con el reino de la frasecilla ingeniosa y más bien ninguna historia que contar yo me di de bruces en Cabo Trafalgar (aunque ya apuntaba maneras en El sol de Breda). Advierto que no he leído ni Un día de cólera ni El asalto, al menos no de momento, porque temo encontrar ahí más de lo mismo.

Así que entenderán mi sorpresa al leer, por fin, una novela como esta de manos de su autor. Lo primero que asombra, y más en el cúmulo de despropósitos que suele ser a este respecto la novela actual (hablo de la consabida por todos, pues, por fortuna, sigue habiendo grandes narradores), es que en El maestro de esgrima nada sobra, cada frase tiene su razón de ser en la historia, lo que hace que el lector pueda, si lee con atención, ir figurándose cómo acabará la aventura, aunque manteniendo la obligatoria sombra de duda para no sacrificar los debidos tensión y misterio. También las tertulias políticas del café, que al principio parecen molestarnos pues entorpecen la narración de la historia del maestro y su pupila, que es lo que nos interesa, son necesarias para dar cabida a lo que surgirá cuando el marco de la historia se habra. A Javier Marías, soberano al que sirve el "Duke of Corso", siempre le han preguntado, debido al complejísimo discurso literario de sus novelas, si tiene un esquema preciso que seguir de toda la novela antes de comenzar a escribirla, a lo que él siempre responde que nunca escribiría una novela en la que ya supiera todo lo que va a ocurrir, pues eso sería aburridísimo (ya lo hizo una vez con un cuento, asegura, y deseaba acabarlo lo antes posible pues no le gustó nada la experiencia). Reverte en ocasiones ha sugerido cosas parecidas, aunque resulta difícil creer que, en el caso que nos ocupa, no conociera al menos el final de su historia para poder orquestarlo todo a su alrededor con tanta eficacia. Incluso, sin renunciar a este mecanismo casi de relojería, se permite el lujo de ir dejándonos reflexiones sobre la época que nos ha tocado vivir.

Jaime Astarloa es el solitario protagonista de esta a ventura y, a pesar de parecer sacado de otra época (incluso para la narrada en la novela), con todas las virtudes que hoy en día serían vistas como defectos, consigue arrancar nuestras simpatías. Sobre todo porque se contrasta perfectamente con el resto de personajes, pertenecientes todos a una sociedad corrupta en al que la política no pasa de ser una profusa palabrería para lucrarse (¿les suena de algo?), y donde incluso el que tiene los ideales más nobles (sangrientos pero nobles, al fin y al cabo) es de inmediato corrompido al más mínimo contacto con el poder. Y claro, ante este panorama la otra opción es identificarse con esa corrupta clase política, cosa que a nadie agrada, sobre todo en este preciso momento en el que ese discurso vuelve a ser tan actual, sin distinguir clases ni colores.

Por otro lado, el aspecto negativo está (como siempre) en el personaje femenino que sirve de contrapunto al protagonista, construido una vez más a base de tópicos y del todo vacío de contenido: hermosa, misteriosa y malvada. Lo hemos visto antes con el nombre de Angélica de Alquézar, Tánger Soto o Teresa Mendoza. Realmente es lo único que le falta a esta novela para ser del todo redonda. ¡Ah! Y en la solapa sale la foto de Reverte afeitado y con gafas, que siempre viste más que ese académico barbudo que se ha colado en sus últimas novelas.

17/11/10

El mágico aprendiz


LUIS LANDERO, El mágico aprendiz

El mágico aprendiz resulta una casi hipnótica novela para aquellos que gustan de las habilidades narrativas de Luis Landero. En ella, Matías Moro, un oficinista madrileño, apocado y sin más ambiciones que terminar cada tarde su jornada laboral para regresar a su casa y ver desde su sofá las películas que se emiten en la tele, se ve envuelto en una serie de sucesos que lo superan. En una noche de insomnio en la que sale a comprar tabaco conocerá, debido a un crimen sucedido en ese momento en un edificio situado en su trayecto al bar, a sus inquilinos olvidados por el mundo y, entre ellos, se enamorará de una joven llamada Martina. En un segundo momento, iniciará un negocio con el fin de sacar de su mala vida a aquellas personas y, de paso, conquistar a Martina con sus nuevas virtudes de hombre de negocios.

Matías parece una especie de alter ego del protagonista de la primera novela de Landero: Gregorio Olías, alias Faroni. Si Gregorio era un oficinista sin futuro, un tanto apesadumbrado por los sueños de grandeza que nunca había llevado a cabo, Matías en cambio nunca tuvo esos sueños, aunque en ocasiones se vea acosado por el fantasma de lo que pudo haber sido; es más, cuando tiene la posibilidad de conseguir algo grande, se descubre a sí mismo suspirando por la tranquilidad que siempre ha tenido su vida.

Todo este panorama trágico está representado con un humor constante que se sirve del ridículo de las situaciones planteadas y de lo absurdo de los procesos mentales con los que el protagonista juzga todo lo que lo rodea. En realidad todo el problema que envuelve a Matías con respecto a Martina y a los habitantes de aquel ruinoso edificio existe tan sólo en su cabeza, y en ella se va desarrollando mediante razonamientos que rozan lo absurdo y que nos hacen asistir, como lectores, a una historia sin historia, que en su segunda parte desembocará, por la incapacidad del protagonista para ponerle freno, en la aventura empresarial. Algo parecido a lo que ya sucedía en Juegos de la edad tardía, aunque si bien allí se partía de cierto desasosiego para llegar a una especie de paz después del embrollo, aquí se parte de la relativa paz para encaminarse hacia la tragedia. Porque estamos ante una tragedia (en ningún momento de la lectura hay dudas con respecto a ello). Escrita en clave de comedia pero una tragedia a fin de cuentas, en la que unos personajes apocados se enfrentan a su destino social, buscando ascender pero sin lograrlo, algo así como un grupo de “buscones”, pero que en este caso gozan de nuestra simpatía en lugar de padecer nuestra mirada burlona como sucedía en la obra de Quevedo, en la que Pablos aparecía como un ser malicioso que trataba de corromper el sistema. Y, como sucedía en la novela del XVII, chocarán con el orden establecido que no les dejará alcanzar sus objetivos, aunque en este caso sea ese orden el corrupto.

La novela sin embargo, a pesar de su calidad, resulta pesada en ocasiones, pues todo cuanto sucede en ella es excesivamente razonado. Quizá ese sea el único defecto que pueda achacársele: Landero se ha deleitado tanto en su excelente prosa que a veces exige demasiada atención por parte de su lector, ofreciéndonos una novela más densa, en lo que a retórica se refiere, de lo que acostumbra e igualmente brillante.

8/11/10

La tesis de Nancy


RAMÓN J. SENDER, La tesis de Nancy

Ha resultado extraño leer este libro en las circunstancias en las que me encuentro, y más extraño resultará decir algo sobre él. Nancy es una tesinanda de viaje por Andalucía, puesto que el tema de su tesis es algo así como la cultura española. A lo largo de su viaje iniciático por el misterioso mundo ibérico irá recopilando información y juzgándola para que sea entendida por sus compatriotas californianos. Huelga decir que la mayoría de sus juicios serán del todo erróneos, tanto en lo que se refiere a los aspectos culturales como a los lingüísticos, y aquí es donde yo me he sentido un poco como Nancy, pues eso es lo que yo vengo haciendo en mi otro blog, hablar someramente de lo que voy viendo en mi periplo por la China. Cierto es que yo no toco apenas los aspectos culturales, sino los de una índole social de tipo más universal, pero eso no impide que en ocasiones me pregunte cuántos errores estaré cometiendo y si no debería comedirme más de vez en cuando. Eso es precisamente lo que no hace Nancy, que se describe a sí misma como una mujer de mundo y que no duda en pasar todo aquello que ve por su prisma de mujer estadounidense que, cree, le otorga una visión más correcta del mundo. Corrección a todas luces falsa, pues ella misma aplica mal sus propios conocimientos, como sucede cuando echa en cara a un andaluz hablar de los Estados Unidos como si todo el país fuera Nueva York, pues ella vive en California, que es tan calurosa como Andalucía, mientras sólo visita Andalucía y aplica lo que ve a toda España (el tópico más desgastado de nuestro país, por otro lado).

Nunca se me había ocurrido leer este libro en particular, pero llegó a mis manos por ser uno de los que recomiendan en el Magister de Traducción de la Universidad Complutense de Madrid, y me picó la curiosidad. En realidad la novela es todo un compendio de equívocos lingüísticos de diverso tipo, agravados por el particular español andaluz. Así pues, Nancy se topa con palabras del todo desconocidas para ella, cuyo significado decide desvelar por su cuenta o incluso inventar basándose en supuestos conocimientos anteriores, dando lugar a auténticos monstruos bicéfalos del lenguaje; o se topa con homonimias producidas por la pronunciación andaluza a las que da explicaciones descabelladas (un caso especialmente gracioso es cuando Nancy oye a los hombres llamar a las mujeres “mi arma” y hace toda una teoría sobre la importancia de las armas para los hombres, sobre todo las navajas, en la sociedad española, y el gran halago que supone para una mujer el que uno de ellos la compare con estos instrumentos bélicos, cosa que también relaciona con la peligrosidad de las féminas locales y el gusto por el riesgo de los varones); o toma por su sentido literal construcciones comunes en la fraseología española (también bastante gracioso el momento en que oye a su novio decir a otro gitano que él no se casará con ella porque cuando la conoció no tenía su flor, y Nancy “comprende” por qué todas las gitanas salen a la calle con una flor en el pelo, no vaya a ser que justo el día que no la llevan conozcan al hombre de su vida y no puedan casarse con él por ese descuido, la fuerza de las tradiciones).

Pero no sólo del soberbio desconocimiento estadounidense del mundo hace burla Sender en esta novela, sino también, y con mucho más hincapié del que acostumbramos a reconocer al leerla, de la incultura y la autosuficiencia españolas. Es curioso como casi todo lector español de esta novela suelta su carcajada frente a la inocencia de Nancy, pero no tantos frente a los mismos errores cometidos por los españoles. Sí, es cierto que tales errores son cometidos siempre por gitanos y andaluces de bajo nivel social, y quienes no pertenecemos a ese nivel de la sociedad nos sentimos extrañamente a salvo de la sátira, pero no es menos cierto que Nancy es una señorita californiana educada para tener unos estudios superiores y abandonarlos para casarse, algo también muy localizado en los Estados Unidos de la época y nosotros, lectores españoles, ampliamos su situación a todo el país sin ningún cargo de conciencia. Así pues, mientras nos burlamos en nuestro interior de toda la serie de tópicos que la protagonista desgrana sobre nuestro país, asistimos impertérritos a los que el resto de personajes lanza sobre la patria de ella. Y si bien somos capaces de ver dibujado en ella (la jovencita californiana) un esquema de toda la sociedad norteamericana, no lo somos tanto de ver en los gitanos andaluces el de toda la sociedad española, leyendo ciegos una burla hacia nosotros mismos, como tantas veces ha sucedido con tantos grupos sociales ciegos de ignorancia, el último que recuerdo, el de los jóvenes neonazis que querían participar como extras soldados en la película alemana sobre su Führer, El hundimiento.

Y a pesar de todo lo dicho, en medio de esa incultura española, aparece una cultura popular que parece extinta en nuestros días: personas que conocen las tradiciones, gente sin estudios capaces de recitar tiradas enteras de Don Juan Tenorio, no por haberlo leído sino por haberlo visto o escuchado, una velada vergüenza de la incultura en contra de la exhibición que de ella se hace hoy en día, un alarde de lo poco que se sabe en lugar de hacerlo de lo que no se sabe como hoy sucede, una búsqueda de algo de cultura, por poca que sea, en lugar de ese desprecio actual por cualquier cosa de la que se pueda aprender algo, el sólo hecho de asombrarse un mínimo ante lo que otros conocen y uno desconoce en vez del contemporáneo: eso no me interesa. Sí, Sender hace una velada burla de la incultura española sin tener ni idea de lo que se avecinaba después, una mucho más creciente y además jactanciosa y autosatisfecha.

2/11/10

De vuelta


Tras varios meses de obligada inactividad por el "no funcionamiento" de Blogger en la China, a partir de hoy trataremos de poner esto de nuevo en movimiento.

31/5/10

Tres vidas de santos

EDUARDO MENDOZA, Tres vidas de santos

No hay una verdadera unidad temática en los tres relatos que conforman el último título dado a las librerías por Eduardo Mendoza, así que resulta complicado escribir una única reseña que los abarque, por lo que optaré por la cobardía del camino fácil y les ofreceré una minireseña de cada uno de ellos.

En el primero, La ballena, el obispo Cachimba, que al final será llamado sólo Fulgencio, llega a Barcelona enviado por el obispado y se aloja en la casa de una familia pudiente. Más adelante se producirá un golpe de estado en su país de origen y la iglesia lo abandonará a su suerte, no haciéndose ya cargo de él. Todo el relato tiene cierto tono costumbrista y, al menos para mí, su prosa algo de hipnótico que no alcanzan los otros dos. Hace unos días le comenté a una amiga cómo Últimas tardes con Teresa creaba en mí la ilusión de recordar una Barcelona que en realidad nunca he conocido. No es la única novela con la que eso me sucede, son varios los autores que se han empeñado en mostrarnos esa Barcelona que creemos reconocer al leerla y que buscamos cuando la visitamos. Mendoza es uno de ellos y este primer relato participa en parte de esa ilusión. Así pues, conforme lee, uno no puede evitar buscar en su falsa memoria todos esos lugares en los que transcurre la acción, especialmente los del puerto de la ciudad, que la gente de mi edad ya no sabe muy bien dónde ubicar.

Pero no es esta representación nostálgica lo único que el relato ofrece. Mendoza hace una suerte de crítica de la iglesia que no llega a extender a todos sus miembros. Se trata de lo sucedido en tres momentos del relato: la estricta confesión de la tía Conchita, cuando ésta echa de casa a Fulgencio porque conoce sus "pecados" y cuando el obispado lo abandona. Aunque hablar de crítica a la iglesia no sería del todo justo aquí, sino más bien de denuncia de las falsas apariencias y la hipocresía, pues en similares faltas incurren también el resto de personajes sin que la religión esté en absoluto involucrada: el tío Víctor expulsa veladamente a Fulgencio de su casa cuando ya ningún prestigio le proporciona, la madre del protagonista (más bien del narrador, pues el protagonismo recae en el obispo) lo acoge con cierta desgana y casi todas las acciones llevadas a cabo por los personajes acaban revelándose de interés propio. Sólo Fulgencio parece evolucionar, sólo él da muestras de aprender de sus errores, de mejorar, de buscar el camino correcto para vivir. Él y el narrador, aunque este último lo hace por imitación del anterior, que se irá convirtiendo en algo así como su maestro en al vida.

El segundo cuento, El final de Dubslav, me resultó en cierta medida incómodo de leer, no conservé en él las ilusiones despertadas en el primero. En un principio lo achaqué a la ausencia de Barcelona en el relato (uno acaba adquiriendo la costumbre de asociar ciertos autores a ciertos temas), y hace un mes leí en algún sitio que la narración había sido totalmente despojada del nexo "que", lo que le daba cierta artificialidad. No pude resistirme a revisar sus páginas y, efectivamente: ni un solo "que" en todo el relato. Y era cierto, esa ausencia es la que lo vuelve artificial y de incómoda lectura. Aunque más allá de eso, El final de Dubslav tampoco resulta especialmente interesante. Todo él consiste en un viaje de realización personal para llegar a descubrir la futilidad del esfuerzo, algo ya tantas veces visto, en este caso en al piel de un hijo que trata de emular los éxitos de su madre y en eso se le va la vida. Todo este esfuerzo se resume en la siguiente frase clarividente, quizá la joya escondida en un cuento que no ha llegado a interesarme demasiado: "Antes de ser alcanzado, el éxito no existe, sólo es motivo de ansiedad; pero cuando llega es peor: después de obtenido, la vida no se detiene y el éxito la ensombrece; nadie puede repetir constantemente el éxito y al cabo de muy poco el éxito se convierte en una pesada carga; se necesita de nuevo, constantemente, pero ahora a sabiendas de su inutilidad."

El último relato, El malentendido, recupera la genialidad, o al menos el buen hacer al que Mendoza nos tiene acostumbrados, del primero. Una profesora de literatura comienza a dar clases en una cárcel. Uno de los reclusos se muestra aventajado y, cuando cumpla su condena, terminará por convertirse en escritor. Tal y como dice la solapa del libro, "es una profunda reflexión sobre la creación literaria", aunque yo diría que es más bien una burla de dicha creación. El autor se toma aquí el proceso de escritura de una manera bastante burlona. ¡Ojo! El autor, no el narrador, pues este último se lo toma muy en serio, lo cual acentúa ese punto humorístico. Dos son los protagonistas del relato: la profesora y el recluso. Aquella da una visión muy seria en la que la literatura es uno de los pilares culturales de la civilización. Éste se ve envuelto en el mundo novelístico por accidente y su visión es mucho más inocente, se siente un farsante en un mundo que todos parecen tomarse muy en serio excepto él. Ante este choque de actitudes, el lector no puede sino reírse ante la excesiva seriedad con la que se observa ese mundillo, aunque esa risa se vuelva amarga al cabo, pues ya no reconocemos la admiración por esos intelectuales en nuestro propio mundo.

Y después de todo esto, acabaré por el principio: el prólogo. En él, el autor nos advierte de que los relatos que componen Tres vidas de santos no son nuevos, sino que fueron escritos en tres momentos distintos de su carrera, en el mismo orden en el que aparecen en el volumen. Bien podría tratarse esto tan sólo de un juego literario, pero aunque así lo fuera refleja bastante bien la carrera que ha seguido Mendoza, desde sus inicios haciendo literatura de Barcelona (La verdad sobre el caso Savolta, La ciudad de los prodigios...), hasta una actualidad en la que el tema literario, aunque tratado de manera humorística, está muy presente en sus obras (El último trayecto de Horacio Dos, El asombroso viaje de Pomponio Flato...). A fin de cuentas no nos importa si es nuevo o no, mientras siga escribiendo.

16/5/10

Robin Hood


HOWARD PYLE, Las alegres aventuras de Robin Hood

Robin Hood vive oculto en los bosques de Sherwood desde que, siendo aún joven, mató uno de los ciervos del rey y se convirtió así en un proscrito. Desde que aquello sucediera, ciento cuarenta hombres más se han unido a sus alegres proscritos. Ocultos entre los árboles roban las dos terceras partes de su cargamento a todo aquel que se enriquece con métodos poco honestos y pasa por el camino del bosque, y de lo sustraído la mitad lo dedican a obras de caridad. Sus compañeros más cercanos son el Pequeño John, su mano derecha, su sobrino, Will Escarlata, y el bardo Alan de Dale.

Este es el argumento básico de Las Alegres aventuras de Robin Hood, una novela de puro entretenimiento que su autor utiliza en muchas ocasiones para desarrollar una especie de locus amoenus de corte medieval. Sin duda Howard Pyle era un gran conocedor de la Edad Media, y nos regala en esta novelita de aventuras una descripción de la vida cotidiana de aquella época, más bien del ocio que entonces era habitual y que choca en ocasiones con nuestra manera de entender la diversión, tanto ha cambiado el mundo. Si bien el estilo de la novela no es en absoluto medieval (gracias a Dios, pues es de agradecer el que sepa mantener la perspectiva), sí que lo es la forma de la narración, empezando por esa máxima del medievo que tan mal parecemos entender en la actualidad: deleitar aprovechando. Pyle pone un gran énfasis en las formas de entretenimiento medievales, siendo la música una de las que más importancia cobran dentro de la novela. No son pocas las veces en que alguno de los personajes entona canciones que son escuchadas con gran interés por sus interlocutores, mediando siempre en el capítulo un juego de falsas modestias que son inmediatamente puestas al descubierto por el entretenimiento proporcionado. Varios personajes instan a uno a cantar, que en un principio finge negarse, pero que acaba accediendo a cambio de que los demás también canten para poder disfrutar asimismo de ese modo de diversión. Siempre se niegan, pero siempre cantan. Hay que tener en cuenta para entender esto que la música era una forma de entretenimiento (la música con instrumentos, se entiende) al alcance tan sólo de los muy ricos, pues para disfrutar de ella había que ser capaz de mantener a un grupo de músicos, como mínimo a uno solo. Es como si hoy en día para poder escuchar, por ejemplo, a Def Leppard, tuviéramos que darles alojamiento, comida y un sueldo, algo a todas luces imposible para el común de los mortales. Así pues, este grupo de proscrito que luchan contra los abusos de los ricos lleva en realidad una vida muy relajada y lujosa, aun cuando viven en plena naturaleza. Y si observamos de cerca esas canciones, veremos que se trata de letrillas y romances, con un sabor muy popular (aquí no puedo asegurar si las compuso el propio Pyle para su novela o si son auténticas cancioncillas de la época, pues desconozco la lírica medieval inglesa), y eso nos ayuda a comprender el contexto en el que toda esa poesía ligera nació.

Otro de los entretenimientos de la época que observamos, son los concursos de diverso tipo que las clases pudientes organizan para diversión propia y del pueblo, ganándose de esa forma las simpatías del pueblo (pan y circo). No eran estos tan comunes pues no dependen del propio pueblo por su escasez de recursos, aunque aparecen varios de ellos en la novela, entre los que reconoceremos aquel concurso de tiro con arco cuyo premio era una flecha de oro y que estaba pensado para atrapar al jefe de los proscritos, por la película de Disney.

Pero la principal enseñanza de la novela es de orden moral, y tan sencilla como que hay que ser honestos. Vemos cómo desfilan por sus páginas personajes pudientes que se han enriquecido en muchas ocasiones a costa de otros a los que han engañado (o intentado engañar), y cómo todos ellos son sistemáticamente saqueados por los hombres de Robin Hood. Sólo aquellos que han ganado su dinero de forma deshonesta, pues también tenemos el ejemplo de un noble que nunca trató de estafar a nadie, y que no sólo no es desvalijado por los proscritos, sino que incluso recibe su ayuda. En cierta ocasión, incluso, Robin desvalijará a unos mendigos, dejando bien claro que no sólo los ricos tienen la obligación de no aprovecharse de sus semejantes porque sus bienes lo hagan innecesario, sino cualquier persona, sea de la condición que sea. Incluso el final de Robín Hood vendrá marcado por su forma incorrecta de actuar, al rebelarse contra las órdenes de su rey.

Hoy en día es difícil encontrar una novela de estas características, no sólo por la ingenuidad de su personaje principal, que representa el opuesto de los ideales actuales, sino por su estructura tan episódica que permitiría incluso leer sus diferentes partes en orden aleatorio. Si bien la historia guarda un orden, cada uno de sus episodio conforma una historia cerrada que podría ser leída independientemente. Eso hace que las subtramas no vayan desarrollándose a lo largo del relato y cerrándose paulatinamente como estamos acostumbrados a ver en la novela actual, sino que surjan y terminen en un período muy breve. Aunque esto no represente ningún problema a la hora de llevar a cabo la lectura, que resulta muy ágil. Es más, esta estructura justifica del todo el título, Las alegres aventuras de Robin Hood, pues eso es lo que es, un colección de aventuras.

La novela, en fin, es una lectura ligera pero muy provechosa si se sabe leer entre líneas, con una estructura secilla que permitirá que cualquier lector, del nivel que sea, pueda acercarse a ella sin problemas. Por otro lado, los que crecimos con las aventuras del zorro de Disney y más adelante vimos a Errol Flinn vestido de verde (como muchas veces insiste la novela que hacen Robin y sus proscritos, pues ese era uno de los colores más comunes de la ropa de camino, así que no es camuflaje en el bosque lo único que les ofrece, sino en buena medida también social), o nos entusiasmamos después con la versión de Kevin Reynolds, no podremos evitar echar de menos a Lady Marian, a la que ni una sola vez veremos aparecer entre las páginas del libro que tenemos entre manos. Quizá haya que buscarla en las páginas de Dumas, Pierce Egan the Younger ,en el libreto operístico de Harry B. Smith o en las baladas medievales. En las páginas de Walter Scott les aseguro que tampoco aparece.

8/5/10

Kiki de Montparnasse


CATEL & BOCQUET, Kiki de Montparnasse

La historia trata sobre una modelo que hace carrera en el París de la bohemia: mal empezamos. Advertiré antes de comenzar que me resulta difícil ser objetivo, pues siento no poca aversión hacia todo esa teatralidad de la bohemia, quizá por lo mucho que he tenido que sufrirla en mis años de universitario; pero que quieren, en una carrera como la filología uno se encuentra con demasiado sufridor con ganas de exhibir una supuesta liberalidad sexual.

A lo que iba. Kiki es una niña de provincias que va a vivir con su madre a París. Allí, al crecer, se hace modelo para pintores y toda su vida a partir de ese momento la pasará metida en el mundo de los artistas, el sexo y las drogas. Solo falta el rock'n'roll, vamos. El caso es que a pesar de todo este atrevimiento argumental no encontramos nada novedoso ni impactante en sus páginas; la disposición de las viñetas es muy clásica, al igual que los puntos de vista que nos ofrecen, e incluso nos damos de bruces con cierta moralina antridrogas llegados a un punto de la lectura.

Sin embargo sí que se nota cierta ambición en la novela, aunque no llegue a conseguirse su objetivo. Parece que los autores pretenden que esta novela gráfica suponga para Francia algo así como lo que La época de Botchan supone para el Japón. La representación de una de las épocas artísticas más importantes de cada uno de los dos países en el mundo moderno. Sin embargo toda la representación social que la obra de Sekikawa conseguía está ausente de esta Kiki de Montparnasse. En lugar de captar la esencia de la época, lo que nos ofrecen es tan solo un desfilar de anécdotas intrascendentes que poco aportan a la ambientación o al relato. Es más, muchas acciones quedan sin continuidad y se nos hace difícil entender después por qué sucede lo que sucede. Por ejemplo, cuando Kiki se hace modelo la ruptura con su madre es casi de odio pero luego su muerte supone la pérdida de un ser muy querido, al tiempo que no entendemos el porqué del odio de las mujeres de su pueblo, con las que hasta entonces parecía llevarse de maravilla. No se consigue tampo una identificación con la protagonista, a la que vemos pasar por la historia sin que nos importen demasiado sus victorias o desventuras.

Comparando esto de nuevo con La época de Botchan, quien lea Kiki no entenderá la época artística ni política por la que pasaba el país, como sí ocurría en aquella, ni entenderá la relación con el extranjero, los Estados Unidos en este caso, como sí ocurría en aquella, ni comprenderá el porqué de la aparición de tanto personaje del mundo de la cultura, como sí ocurría en aquella, y así un largo etcétera. Y no crean que esta comparación es gratuita, pues Kiki de Montparnasse sí que persigue todos esos objetivos, pero lamentablemente ese gran objetivo termina quedando en nada.

2/5/10

El Pistolero


STEPHEN KING, El pistolero (La Torre Oscura I)

Una de dos: o mis gustos no han sabido avanzar a la velocidad de los tiempos o soy un imbécil incapaz de distinguir una buena obra literaria cuando la tengo delante. Algo así es lo que me sucede ante la terrible decepción que me he llevado al llegar a la última página de El pistolero, la primera parte de la saga de La torre oscura, de Stephen King. Había sido tal la avalancha de recomendaciones sobre esta novela que no puedo evitar pensar que mi criterio se está viendo seriamente mermado. Y no es sólo que no me parezca una buena novela, sino que ni siquiera entiendo por qué es una novela.

La edición que obra en mi poder es la relativamente nueva y “de lujo” que se editó hace no mucho tiempo en español debido a la finalización de la saga. Entrecomillo lo de "edición de lujo" porque, de acuerdo, viene acompañada de unas láminas bastante interesantes sobre la historia, pero en lo referente al resto tampoco está tan cuidada: es una edición normal y corriente, como la que se hace a todos los libros nuevos, con el texto bastante bien encuadrado (podría estarlo mejor), pero la hojas ni siquiera están cosidas al interior del lomo.

El caso es que la historia no pasa de narrar una serie de acontecimientos aislados y sin demasiada relación de continuidad, que parecen funcionar sólo como prólogo de otra cosa y ni mucho menos forman un todo que cierre una historia ni una parte de ella, porque, como ya venía apuntando, no hay ninguna historia en estas páginas.

La edición va precedida de una introducción escrita por el propio King, en la que, craso error, deja al descubierto todos los defectos de los que luego nos daremos cuenta que adolece la “novela”. Empieza contando cómo este relato se le ocurrió al leer de jovencito El señor de los anillos. Podría ahorrarnos esta información, pues cualquiera podría darse cuenta de ello al enfrentarse a una historia en la que un protagonista busca una Torre en la que parece haber oculto alguna especie de mal ancestral. Después nos cuenta cómo descubrió el enfoque que quería darle a la historia: vio en el cine al Clint Eastwood de El bueno, el feo y el malo. Y, evidentemente, copió los paisajes e intentó copiar también el tipo de diálogos de los westerns de Leone. Por último, indica que es una novela de juventud y que años más tarde ha corregido los errores de estilo debidos a dicha juventud, aunque personalmente ni creo que lo haya conseguido ni veo mucha diferencia entre esos errores y los que se abren camino a lo largo de otras de sus novelas. Estos son los tres puntos flacos; suficientes, creo yo.

En suma, tenemos la siguiente “novela”: una historia que se desarrolla de la misma manera que El señor de los anillos (brujos inalcanzables, seres de tiempos ancestrales que guardan un conocimiento negado a los hombres, personas portadoras de mensajes incomprensibles en el momento pero que marcarán la vida del protagonista...), con las características de las películas de Sergio Leone (largos desiertos que atravesar, personajes sin rumbo ni destino, diálogos parcos dispuestos a los sobreentendidos, héroes sin una moral definida...) y plagada de recursos estilísticos que a menudo recuerdan al jovencito que escribió la novela y que King parece que nunca ha dejado de ser.

Esto último hace que nos encontremos con demasiadas cosas que chirriarán en los oídos de cualquier lector. Descripciones de una candidez tal que casi nos hacen sonreír ante la ocurrencia: “el desierto era inmenso, la apoteosis de todos los desiertos”. Comparaciones que ni aportan nada al relato ni son originales, ni ingeniosas, ni necesarias; y de éstas hay muchas, una gran profusión de un recurso tan gastado como fácil (y por lo tanto fácil de usar mal, como hace no sólo King, sino una cantidad demasiado grande de escritores): “como un perro que se persigue la cola, volvió a acosarle la insistente canción”, “esta ironía, como el romanticismo que hallaba en la sed, le resultó amargamente atractiva”.

Por último, la personalidad del pistolero resulta terriblemente endeble, rasgo que queda subrayado por la insitencia que se pone en ella. Quiere ser el rubio de los dólares pero no llega a conseguirlo nunca. Sus diálogos breves necesitan ir siempre acompañados por una explicación del narrador porque King no tiene la suficiente destreza. Hace demasiado hincapié en que quiere perder sus lazos con la humanidad, pero nada lo refrenda en toda la novela, hasta el punto de que cuando, hacia el final, por fin hay un acto que podría hacerlo, al suceder resulta casi ridículo e incomprensible. Y su relación con el hombre de negro, que parece querer ser misteriosa, no pasa de ser díficil de entender e incluso a veces ridícula.

Ya avisaba el autor que quería escribir la novela más larga jamás escrita, y parece que va camino de conseguirlo pues, como ya he dicho, estas trescientas páginas no pasan de ser un simple prólogo (sin demasiado interés, si se me permite decirlo). Por otro lado, ya he caído en la red: es medianamente entretenido (eso no voy a negarlo) y no puedo comenzar una saga sin acabarla (sólo Harry Potter tiene el mérito de haber conseguido que no quiera seguir leyendo), de modo que estoy condenado a terminarla. Ya volveremos a hablar cuando lea la segunda parte, nadie sabe cuando será.

26/4/10

Argonáuticas


APOLONIO DE RODAS, Argonáuticas

Al comparar la literatura escrita en lenguas modernas con la de nuestros antepasados griegos y latinos queda patente lo jovencísima que es todavía aquella. Mientras los modelos que ellos establecieron permanecieron durante un larguísimo período de tiempo, los nuestros parecen ser incapaces de mantenerse. Incluso uno de los más longevos, la novela, se ve amenazada de muerte cada cierto tiempo, por no decir que vive permanentemente herida. Lo establecido por Homero en el siglo VIII A.C., tiene continuidad en las Argonáuticas que tenemos entre manos, con su correspondiente evolución, claro está. Y que quede claro que digo esto desde el desconocimiento de la historia de la literatura clásica, pero el sabor de boca que queda es que la épica continúa siendo épica, con unas reglas más o menos similares a pesar de la evolución, mientras que bien poco reconocemos de las primeras narraciones en lengua castellana en la novela actual.

Al margen de esta impresión personal, las Argonáuticas parecen ser una incursión un tanto arriesgada en un tipo de composición que no estaba de moda en aquella época a pesar del prestigio que pudiera tener Homero, algo así como si alguien escribiera un cantar épico hoy en día. Pero la modernidad con respecto a aquel queda patente, aparte de en una menor longitud del cantar, en una estructura más elaborada. Externamente el poema se divide en cuatro cantos, pero internamente serían tres las partes que la componen. La primera, que narra las aventuras de los héroes hasta llegar a la Cólquide, ocupa los dos primeros cantos y es la que más participa del habitual tono de la épica, explicando la procedencia de los héroes, los oráculos y organizándolo todo de una manera episódica, como una sucesión de aventuras. La segunda parte, en cambio, se torna más novelística. En ella tienen lugar los trabajos por los que Jasón debe pasar para la consecución del vellocino de oro, el amor que Medea profesa por él y las intrigas de ésta para ayudar a su recién conocido amor, que culminarán en el abandono de la patria por parte de la mujer para convertirse posteriormente en mujer del protagonista, ocupando todo esto el canto tercero y el inicio del cuarto. Como podrán comprobar todo este juego de intrigas y valor bien podría pertenecer a un folletín decimonónico. La última parte la conforma el regreso a la patria para poner ante Pelías el vellocino y dar término así a las aventuras de los héroes, que serán perseguidos por los soldados del reino al que han robado el vellocino y la princesa.

Tres aspectos me parecen destacables de esta gran aventura, y empezaré por el último de ellos, y es que la aventura no termina realmente, sino que llegado a un punto del viaje de regreso simplemente se nos apunta que el resto del trayecto fue apacible hasta llegar a su destino, pero nunca sabemos cómo es esa llegada, ni qué sucede con la profecía del hombre de una sola sandalia, aunque supongamos que se cumplirá. Un final abierto, podríamos decir, aunque no se trata realmente de eso, sino que más bien parece darlo por sabido.

Por otro lado la semblanza del héroe pierde bastante de su heroismo. Digo esto porque Jasón es comparado con Odiseo, no abierta pero sí veladamente (sobre todo en el viaje de vuelta, en el que pasa por varios parajes que coinciden con el viaje de Ulises). Si recordamos al protagonista de la Odisea, sabemos que era un hombre decidido y siempre con muchos recursos, incluso así era llamado en muchas ocasiones. Sin embargo Jasón parece más bien un hombre falto de recursos, guiado siempre por los oráculos o los otros héroes, cosa que llega a su máxima representación cuando Eetes le propone una tarea imposible para adquirir el vellocino, y luego dice a sus compañeros: “Lo cual, desde luego, pues nada mejor podía idear, le acepté sin rodeos”.

Pero el personaje que cobra gran protagonismo a partir del tercer canto es Medea. Si bien en esta historia ella es la enamorada de Jasón y debería ser vista como una heroína en su labor de hacer que toda la empresa llegue a buen puerto, las características que se resaltan de ella son las de bruja y traidora: “...el espíritu se me revuelve por dentro en un mudo estupor, cuando pienso si debo llamar fatal al aturdimiento de la pasión o fuga vergonzosa el modo en que abandonó las gentes de los colcos”. Toda la presencia de Medea, de acción intachable aquí, está marcada por lo que todos los lectores saben que sucederá con ella después, en los acontecimientos posteriores que cuenta la Medea de Eurípides, y que Apolonio utiliza para crear una sombra de tragedia que no nos abandonará nunca a pesar de las grandes hazañas que estamos presenciando. Incluso cuando los dos amantes se conocen se dicen las siguientes palabras de Medea: “Y a ella por dentro se le desbordaba el ánimo al oírlo. Sin embargo se estremeció temerosa de ver acontecimientos sombríos”. Y más adelante un oráculo le presagia el aciago destino eliminando así cualquier sombra de duda: “Creo que tú no por mucho tiempo eludirás la grave cólera de Eetes”. Todo un juego, como ven, con las espectativas del lector, que nos crea la intriga de hasta qué punto se desarrollara la trama y no nos deja terminar de alegrarnos por la suerte de los amantes, dejando un gusto amargo en las victorias por ellos conseguidas.

El vellocino sigue allí para nosotros, en una épica tremendamente moderna, y sus doscientas cincuenta páginas no pueden ser un obstáculo para que nos hagamos con él.

19/4/10

Los detectives salvajes


ROBERTO BOLAÑO, Los detectives salvajes

El mejicano Ulises Lima y el chileno Arturo Belano viajan perdidos por el mundo. En otro tiempo fueron amigos, los líderes de un renacido movimiento literario en Méjico llamado el realismo visceral, pero ahora hace ya mucho tiempo que el uno no ve al otro. No sabemos qué los ha distanciado tanto pero tampoco podemos dejar de seguirlos. Los dos parecen marcados por un sino fatal. Lima parece arrastrarse por el mundo más que vivir y Belano busca su propio fin de forma constante. Cuando vivían en Méjico eran importantes dentro de su círculo, había gente que los seguía, personas que los admiraban. Ahora todo eso ha acabado y sus vidas se han visto condenadas al anonimato: quizá quemaron todos sus cartuchos cuando todavía eran demasiado jóvenes. Entonces tenían amores pasajeros que nunca llegaron a importarles demasiado, ahora son incapaces de retener aquel que querrían conservar para siempre; entonces la falta de dinero no parecía afectarles, ahora apenas les alcanza con el que tienen para seguir viviendo al día siguiente. Sólo una cosa parece no haber cambiado: el sexo como motor de sus vidas y de las de todo aquel que se cruza con ellos, el sexo como objetivo y al mismo tiempo como elemento intrascendente que siempre está ahí, que siempre nos acompaña, y como vehículo y representación última del amor.

Todo lo que podemos llegar a saber de ellos es sólo a través de terceras personas, pues a pesar de ser los líderes de su movimiento literario, los auténticos creadores cuya escritura el resto trata de seguir, ninguna página de su puño y letra nos ha llegado, y sus existencia se ha vuelto difusa, irreal, al ser lo único que tenemos las palabras de otros que aseguran haberlos conocido.

En su deambular por el mundo la vida ha demostrado ser más fuerte que cualquier amistad que los hubiera unido y ahora uno ya casi ni sabe quién es el otro. Ya no se tienen el aprecio que se tuvieron, incluso han llegado a insultarse en la distancia. Ni los amores que les cambiaron han sido capaces de hacer frente a la vida, han sido abandonados por ellos y sólo la poesía parece ser eterna compañera.

Sólo uno de ellos regresará al punto de origen al finalizar su viaje, no hace falta decir quién, su nombre lo delata, sólo uno volverá a ser amigo de los que ya lo fue en su juventud, el otro sencillamente se perderá y se convertirá en leyenda, ya nadie podrá volver a dar noticias de su paradero y cada vez que se hable de él seguirá teniendo la misma edad que la última vez que de él se supo. Así su nombre se convertirá en una leyenda fugaz para aquellos que lo conocieron, pero para nadie más, pues sus poemas parecen haber sido tragados por la tierra que nunca devuelve lo que se lleva, y nada quedará de ellos, tan sólo una historia imprecisa y ya demasiado teñida de irrealidad.

17/4/10

Malas ventas


ALEX ROBINSON, Malas ventas

En la ciudad de Nueva York Sherman busca un nuevo piso donde vivir, y Stephen y Jane le alquilan una habitación. Sherman es un recién licenciado que quiere convertirse en escritor (a pesar de lo mal que escribe, todo hay que decirlo) y mientras tanto trabaja en una librería. Stephen da clases de historia tres día por semana y Jane, su novia, es dibujante de cómics. Ed, que fue a la universidad con Sherman y pretende hacerse dibujante de cómics, lo ayudará a mudarse. En una fiesta Sherman conocerá a una chica llamada Dorothy, escritora en una popular revista, y comenzarán un idilio amoroso. Por su parte, Ed comenzará a trabajar de ayudante para un viejo dibujante que fue estafado por la editorial de cómics más importante y le ayudará en una batalla mediática contra ellos, en el transcurso de la cual conocerá a Hildy, a la que no se atreverá a pedir una cita.

Este es más o menos el planteamiento con el que se inicia la historia de Malas ventas. A partir de ahí, argumentalmente, es obvio que lo que nos encontraremos será una amalgama de situaciones cotidianas como las que pueden darse en la vida de cualquier persona. Pero es que el cómic no pretende ofrecernos una historia impactante, sino más bien una serie de personajes para que nos identifiquemos con ellos (o no lo hagamos). Un detalle curioso es que, si bien Sherman se presenta desde un principio como el protagonista de la historia, lo hace en parte como un truco narrativo (ya bastante manido), en parte porque resulta más sencillo que un solo personaje lleve el peso de la historia. En realidad la novela no trata sobre él, sino sobre las vidas de todos los personajes mencionados en ese período de tiempo. Las situaciones se sucederán unas a otras, y veremos como muchas de ellas no afectan a Sherman, por lo que, conforme avance el relato, lo iremos desechando como protagonista en favor de Ed, que irá adquiriendo un protagonismo cada vez mayor y que finalmente se acabará revelando como el narrador de la historia. Pero ninguno de los personajes destaca realmente sobre los demás y ninguno es tampoco idealizado, todos tienes sus elementos negativos y positivos, lo que los mantiene en el plano de la realidad y provoca que el proceso identificativo del lector no se dé con ninguno de ellos en concreto, sino que cada lector puede escoger a su "héroe".

Resulta chocante también cierto rencor que Robinson parece tener contra el mundo de la literatura. De sobra es conocido que hasta hace bien poco el mundo del cómic no era considerado como literatura seria, y todavía no lo consideran así muchas personas. Esto parece molestar sobremanera al autor, y para explicarlo avisaré que a partir de aquí debo desvelar el final de la historia. Por un lado tenemos a Sherman y a Dorothy, escritores del "mundo serio". Del primero sabemos por los muchos fragmentos que leemos a lo largo de la novela que no tiene ningún talento aunque él no parezca darse cuenta y de la segunda que perderá su trabajo y nunca más volverá a encontrar otro en el que pueda escribir, no siendo felices al final ninguno de los dos en su vida en común. Al contrario les sucede a Jane y a Ed, pues los dos acabarán publicando y prosperando en el mundo del cómic, con la consiguiente felicidad familiar. Parece este final una especie de venganza contra ese mundo literario que relega los cómics al desierto de los objetos sin importancia. Además, durante la novela entraremos varias veces en el librería en la que Sherman trabaja, lugar siempre opresivo, lleno de libros y cultura de la que nadie parece saber nada; todos los clientes compran a ciegas, sin saber muy bien qué, como seres analfabetos que se han perdido y nadie entiende cómo han llegado hasta ahí. Sin embargo la tienda de cómics es un lugar agradable donde pasar ratos libres, encontrar cosas que les gustan y lleno de gente qué sabe lo que ha ido a buscar. Parece, como digo, una venganza del mundo del cómic contra el de la literatura "seria". Esta madurez alcanzada por el cómic se hace presente en la batalla que Flavor, el jefe de Ed, lleva a cabo para recuperar los derechos del personaje que creó hace años, y que presenta un pasado infantil, frente a un presente más adulto representado en los nuevos valores que constituyen Jane y Ed.

Toda la historia está muy bien llevada y en ningún momento se hace larga ni pesada a pesar de sus 600 páginas, si bien es cierto que en su afán por desarrollar todos los personajes por separado, en ocasión damos con escenas sobrantes, incluso teniendo en cuenta que estamos en una historia en la que prima la diversidad más que otra cosa.

11/4/10

Los mares de Wang


GABI MARTÍNEZ, Los mares de Wang

No sorprende por su calidad literaria (de hecho, tiene un par de detalles que no terminan de convencerme) ni tampoco pretende (o no lo parece) ser una narración novelística, aunque en ocasiones invada los terrenos del género. Sin embargo resulta una lectura muy interesante y a todas luces recomendable.

Si bien se trata de un libro de viajes, no participa demasiado de la literatura de ese género, aunque conserve sus esquemas. Así, en unos capítulos divididos por ciudades (cada capítulo una ciudad), al principio de cada uno se nos hace una descripción del lugar sembrada por detalles de su historia y sus costumbres (al más puro estilo de César), sentencias del Yijing y enseñanzas de Confucio, amén de los ineludibles contrastes con las pretensiones de Mao Zedong.

El problema viene dado por la estructura novelística que en principio parece plantear el libro, y que será traicionada allá por la página 200. Me explico (y al hacerlo advierto que esto podría constituir un spoiler, así que quien no quiera saberlo mejor que salte al párrafo siguiente). Cuando la narración comienza se nos avisa veladamente de que vamos a asistir a la evolución de la relación entre los dos protagonistas, Gabi y Wang, relación que viene reforzada por el propio título del libro. Sin embargo pronto asistiremos a la ya clásica (o más bien manida) revelación del engaño: Wang desaparece de escena y todavía nos quedan más de 300 páginas por delante. Es esa artimaña la que nos puede hacer decaer en la lectura, pues de repente tenemos entre manos una historia que no es la que esperábamos, y lo peor es que es un truco que en este caso resultaba del todo innecesario pues todas las espectativas puestas en el relato venían dadas por su engañoso título y las pretensiones narrativas insinuadas en su comienzo. Sin embargo la historia continúa de manera que nos resulta bastante sencillo olvidar al guía que da título al libro.

Por lo demás se hace un retrato que resulta más que interesante de la sociedad china, revelando un choque constante con la occidental que queda todavía más evidenciado cuando aparecen personajes occidentales en el relato. Estos relatan su vida allí, describiendo las costumbres locales (hay que tener en cuenta que la mayoría de ellos habitan en Shanghai, Hong Kong y Macao) y agigantando las diferencias con sus países de origen. La parte más interesante viene dada por las descripciones que hacen que las ciudades cobren vida, convirtiéndose en las verdaderas protagonistas, y como en algunas de ellas aparecen personajes que cuentan bien sus vidas, bien sus peripecias actuales y que constituyen toda una serie de cuentos que riegan la “novela”.

No sabría si recomendarla por la aproximación a esa cultura que va a constituir casi con seguridad el centro de nuestro ya no muy lejano futuro económico, por la información que nos ofrece también de la historia china en muchas ocasiones, por los constrastes tan estudiados en las aclaraciones de muchos aspectos de su política, o porque constituye una colección de relatos interesantísima, que muestra cómo el entorno se va occidentalizando cada vez más conforme se avanza hacia el sur.

6/4/10

Tierra de sueños


JIRO TANIGUCHI, Tierra de sueños

Jiro Taniguchi parece obsesionado con regresar al pasado, pero no como dijera Manrique porque "cualquiera tiempo pasado fue mejor", porque el pasado que reclama es un tiempo duro para sus habitantes, en el que había que esforzarse en extremo muchas veces para no cumplir los objetivos marcados. Ya vimos en El almanaque de mi padre cómo el esfuerzo de un padre no le sirve para recuperar el amor de su hijo en toda su vida, o en el tercer título de La época de Botchan cómo el joven escritor Takuboku no consigue jamás salir de la situación de miseria en se se encuentra (acentuado en este caso porque quienes conocen la vida del novelista ya saben de antemano el resultado final de sus fútiles esfuerzos). Pero a pesar de todas sus complicaciones, lo que caracteriza el pasado de Taniguchi es la calma, eso es lo que él parece reclamar. Ese concepto parece haber casi desaparecido de la sociedad actual, hasta tal punto que nos topamos sin el más leve asombro con anuncios sobre cursos de relajación y cosas por el estilo, síntoma inequívoco de que el concepto de la vida relajada que hace siglos propusiera Fray Luis de León ha sido barrido de nuestro modo de vida. Vivimos en una frenética carrera por el éxito, por subir el siguiente peldaño. No existe el concepto de ganarse la vida, sino el de prosperar. Y aunque no caigamos en el juego del éxito la sociedad de consumo parece atraparnos sin remedio en una suerte de desquiciada carrera de posesiones personales, como si nos halláramos en medio de una guerra fría que nos enfrentara a cada uno de nosotros a todo el resto de la humanidad. Los personajes de Taniguchi no buscan el éxito, sino que lo aceptan cuando llega (si llega), a veces incluso de manera traumática, y el único (que yo haya visto hasta la fecha) que lo busca, Takuboku, está condenado a pagar por ello.

Las relaciones familiares parecen también tener un lugar preeminente en la obra de Taniguchi. El título que nos ocupa se compone de cinco relatos: Tener un perro, Y... tener un gato, La vista del jardín, Los días de los tres y La tierra prometida, y como he dicho la relación entre los miembros de la familia es la que articula los relatos, mostrando cada uno de ellos una situación tan habitual como diferente. En ellos los animales domésticos aparecen retratados como miembros de la familia en lo que se transforma en una especie de crítica social contra una sociedad que cosifica a las personas. Las encrucijadas en las que los protagonistas se encuentran con respecto a sus mascotas pueden ser fácilmente extrapoladas a las que tarde o temprano todos encontramos en el seno de nuestras familias y ante las que no siempre actuamos con tanta humanidad como la que aquí encontramos. En el primero de los relatos asistimos a la enfermedad y muerte de un miembro de la familia (sí, el perro), con todos los sacrificios olvidados que eso supone. En Y... tener un gato quedan de relieve los sentimientos encontrados ante la llegada de un nuevo miembro a la familia, por medio de una especie de adopción esta vez. En La vista del jardín la familia crece y, al mismo tiempo que se sigue humanizando a las mascotas, se las trata como tales, al enfrentarse al problema de tener que separar a los gatitos de la camada que acaba de nacer, entrando así en una especie de lucha entre la lógica y los sentimientos, con la victoria de estos últimos en contra de lo que tantas veces sucede en la actualidad. A partir del penúltimo relato las mascotas son dejadas a parte para mostrar ya sin metáforas de ningún tipo la importancia y complejidad de los lazos familiares y afectivos frente a las aspiraciones personales, tema que se repetirá en el último relato del tomo.

El conjunto de los relatos tienen una capacidad casi sedante al introducirnos en un mundo tan habitual como desconocido debido a la humanidad que todo destila en él. El tomo es muy breve, pero aún así y todo para leer con calma, sin prisas, olvidándose de la siguiente lectura y quedándonos sin fecha de partida en esta porque, de lo contrario, estaríamos traicionando el espíritu de esta pequeña joya, una de tantas a las que Taniguchi nos tiene habituados.

19/3/10

Los negros del traductor


CLAUDE BLETON, Los negros del traductor

Dos borrachos, hombre y mujer, conversan bajo un puente parisiense y, ante la respuesta afirmativa de ella, él comienza un curioso relato de sus vida, en el que primará la experiencia literaria que su trayectoria como traductor le ha brindado.

Así comienza una novela que, según avancen sus páginas, se irá convirtiendo en un fresco del mundo de la literatura y en una reflexión sobre los métodos de traducción y la figura del propio traductor. Nos adentramos pues, con cierto miedo, en el mundo de la metaliteratura, en un experimento similar al que Eliyahu Goldratt nos propuso hace años con La meta, y que tan flojo resultó a nivel literario, contando entre sus hallazgos con comparaciones tan infantiles como aquella entre un grupo de boy-scouts y una organización empresarial.

Pero salvando las distancias con aquel experimento literario, el que ahora tenemos entre manos resulta mucho más interesante. Las primeras páginas nos relatan el inicio de la vida de nuestro protagonista, Aaron Janvier, y de su incursión en la alta sociedad, y resultarán un tanto tediosas para aquellos desconocedores de la literatura europea en general y de la española en particular. Se trata de unas cuarenta páginas llenas de referencias a obras, autores y costumbres muy presentes en el mundo literario subpirenaico, pero pronunciadas de manera velada, lo que puede desembocar en el abandono del lector antes de llegar al verdadero asunto que trata la novela.

Y es que ese verdadero asunto es, no tanto el mundo de la literatura en el que ya se nos ha sumergido, sino el de la traducción. Aaron comienza su periplo editorial realizando unas traducciones, digamos bastante libres, en las que lo que prima no es la fidelidad al original, sino esa prostitución por la cual se le da al lector de la lengua de destino lo que busca, y que por lo tanto hará crecer las ventas, muy al estilo de las "traducciones" del siglo XIX. Aquí comienza esa discusión sobre si debe primar la labor del traductor casi por encima de la del autor, o si por el contrario aquel debe ser una figura casi invisible, pues no olvidemos que en toda traducción lo que nosotros leemos no son las palabras elegidas por el propio autor, sino las que su traductor ha considerado las más adecuadas para nosotros.

Más adelante, y siguiendo en la misma línea, Aaron se convertirá en autor de sus propias traducciones, suprimiendo de ese modo la molestia de tener que doblegarse ante un autor, y obligándonos a preguntarnos, por ejemplo, hasta qué punto es importante Shakespeare en Romeo y Julieta cuando la leemos en español, pues ni su poética, ni sus palabras ni, muchas veces, su retórica son lo que tenemos en nuestras manos. De esa manera él se convertirá en el artífice absoluto de sus traducciones, que llevará a cabo sin la necesidad de ningún original, que deberá ser escrito a posteriori por un autor desconocido de su elección dispuesto a doblegarse a sus exigencias. Pero esa estratagema no podrá durar eternamente, pues cuando él cree que se ha librado de la tiranía del autor original, lo que realmente sucede es que se ha puesto en sus manos. Es en ese momento cuando las preocupaciones literarias desaparecen de la novela y comienza una trama policíaca que no llega a resolverse jamás después de haber sido cuidadosamente planteada, tal como ocurriera en Travesía del horizonte, de Javier Marías.

Cuando uno de sus "autores" se rebela contra él, Aaron teme que delate sus falsas traducciones y acabe así con su carrera y decide eliminarlo. Tiene éxito y eso provoca una serie de asesinatos, en los que irán cayendo todos aquellos que no acaten con sumisión las exigencias del traductor: la eliminación del autor ha pasado a ser algo físico y real. Esta sangría continuará hasta que un policía jubilado descubra la hecatombe producida entre los literatos españoles, todos ellos unidos por un único traductor.

Por otro lado la novela se ve salpicada por las tramas de todas las novelas que Aaron va "traduciendo". Tramas estas que son tomadas de forma cómica por lo exagerado, pero que resultan de lo más clarividente, extrapolables a una sociedad con un terrible gusto por lo imposible pero que no parece ser capaz de identificarse a sí misma cuando se ve reflejada.

Si algo hay cierto sobre esta novela, es que resulta una experiencia cuando menos interesante y que no nos permitirá volver a acercarnos de forma inocente a un libro traducido, martilleándonos con la incesante pregunta de a quién estamos leyendo realmente, si a Shakespeare o a su traductor.

13/3/10

Tu rostro mañana


JAVIER MARÍAS, Tu rostro mañana

Parecía que Mañana en la batalla piensa en mí se había erigido como la mejor novela de Javier Marías y que ninguna otra iba a desbancarla de ese puesto, y de hecho hemos tenido que esperar bastante a que eso sucediera, con la aparición de la descomunal Tu rostro mañana, en la que Marías vuelve a echar mano de una frase de Shakespeare para su título. En ella se narra un nuevo capítulo en la vida de Jacobo, Jaime o Jacques Deza, personaje que ya nos había acompañado en anteriores novelas del autor. Tupra, un oscuro hombre inglés, conoce a Deza en una de las fiestas que acostumbra a dar el amigo de ambos, Sir Peter Wheeler. En ese momento Tupra se dará cuenta de que Jaime posee la extraña habilidad de saber hoy cómo serán mañana los rostros de las personas, es decir, que es capaz de averiguar cómo se comportaría cada persona en diferentes circunstancias. Como muy bien explica Tupra, una persona es buena porque su vida le ha permitido serlo, pero, ¿seguiría siéndolo si se viera involucrada, por ejemplo, en una guerra? Por este motivo lo contrata para formar parte del MI6 como"lector de personas", un lector capaz de saber cómo terminará el libro saltándose las páginas intermedias.

De esta manera Marías sigue indagando en las relaciones interpersonales y en el comportamiento social, convirtiendo a Jaime Deza en una especie de alter ego de sí mismo, salvando siempre las distancias literarias, claro está. Marías siempre ha cargado sus tintas contra aquellos franquistas que una vez llegada la democracia parece que siempre fueron demócratas, y argumentan, algunos de ellos, que en aquella época había que actuar como actuaron para salvar el propio pellejo. Él siempre expone como contrapartida a su padre Julián, cuyo "rostro" continuó siendo el mismo a pesar de las vicisitudes, mientras que el de aquellos cambió. Pero a Marías parecen haberle entrado dudas sobre su propio "rostro", que a pesar de haberse mantenido íntegro hasta ahora, lo ha hecho sin vicisitudes que pudieran provocar ese cambio. Y ese influjo externo aparece para Jaime Deza a lo largo de las páginas que nos ocupan, y logra hacer mella en él, motivo por el cual Tupra, también excelente "lector de personas", lo había elegido para el trabajo: quería no a Jacobo, sino al tipo en el que se convertiría.

El padre de Jaime resulta ser un alter ego casi perfecto de Julián Marías, un tipo que sufrió la violencia de la Guerra Civil, la de la posguerra y que incluso fue denunciado por su mejor amigo, pero que nunca permitió que su integridad se viera afectada. Jaime está familiarizado con esas historias de violencia, la ha oído muchas veces, pero nunca las ha vivido. No, al menos, hasta entrar a las órdenes de Tupra. Entonces sus transformación para por dos fases. En una primera se ve envuelto en una violenta paliza contra un compatriota suyo, y no participa pero tampoco la detiene. Su firme actitud social se ve mellada y queda sin argumentos para defenderla, dando un giro a sus convicciones: no nos volvemos violentos cuando las circunstancias nos obligan, sino que lo somos y sólo las circunstancias sociales nos mantienen apaciguados. Y pone vívidos ejemplos del franquismo y el nazismo: las circunstancias sociales se lo permitieron y se volvieron monstruos.

En la segunda fase él mismo es el artífice de esa violencia, pero no una violencia repentina, sino calculada en cada uno de sus pasos, con un nivel de amenaza creciente destinado a provocar el terror en su víctima. Así, Jaime se descubre tal como es y tal como "sería si...", y Javier Marías parece confesar que no, él no es tan bueno como su padre, pero es capaz de afrontarlo y responder por ello, cosa de la que tantos hoy en día escapan.

9/3/10

Joyas literarias juveniles


Joyas literarias juveniles, tomo 21

Recientemente un amigo me ha regalado una edición moderna de aquellos cómics que en nuestra infancia (y en épocas anteriores a ella) se hacían de grandes clásicos de la literatura para acercar a los niños a ellos. Hoy ese concepto, por desgracia, parece ya no existir, en favor de una exagerada proliferación de novela pseudoinfantil que parece buscar, más que la formación de un criterio cultural, una simple cifra de ventas. De verdad creo que Michael Ende es el último gran novelista para niños, Miguel Delibes en el caso de España (todos los niños deberían leer Tres pájaros de cuenta).

Lo bueno de aquellos cómics es que nos acercaban las grandes historias que había producido el ingenio humano, pero en una clave que nos resultaba mucho más cercana a nuestra aún corta edad. El paso del tiempo se encargaría después de que los recordáramos con nostalgia y quisiéramos acercarnos al texto original.

Y este obsequio fue doblemente interesante, pues no sólo trajo de vuelta a mis manos aquella época, sino que además el volumen traía consigo tres títulos que jamás he leído, ni en su versión comiquera ni novelística. El primero de ellos Enrique de Lagardère (El jorobado, en su título original) de Paul Féval, sí que era un viejo conocido por sus versiones cinematográficas, la última de las cuales, si mal no recuerdo se titulaba En guardia y se anunciaba con la frase "si tu no vas a Lagardère, Lagardére irá a ti". Lord Jim de Joseph Conrad y Las aventuras del Barón de Münchausen son los otros dos títulos que completan el tomo. En ellos la historia queda despojada de cualquier cosa que no sea la pura aventura, que es lo que atrae al niño, pero así debe ser: eso aviva su imaginación y lo predispone al descubrimiento, a la búsqueda, más sosegada esta vez, de las obras originales y de todo el mundo literario y cultural que se desprende de ellas.

Como contrapartida, hay que admitir que el dibujo de estos cómics no ha envejecido demasiado bien y necesita un urgente lavado de cara, porque esas viñetas de aspecto antiguo y tan rígidas lo tienen difícil para atraer a un público que está acostumbrado, en la actualidad, a algo mucho más dinámico. Estaría bien que alguna editorial se dedicara a reescribir en clave de cómic a los grandes clásicos, tal como se hizo entonces, actualizando su estética, de la misma manera que que se hace en el cine. Porque al público infantil hay que ofrecerle, no exigirle, lo que me hace pensar en lo infantiles que nos hemos vuelto como público cinematográfico.

27/2/10

Ojos azules


ARTURO PÉREZ-REVERTE, Ojos azules

Esta reseña constituye un spoiler en toda regla, aunque no importa mucho, pues la lectura del cuento en cuestión no ocupa más de veinte minutos, lo cual no deja muy amplio margen para el suspense.

Arturo Pérez-Reverte parece haber perdido el norte, o al menos eso es lo que se desprende de algunas de sus últimas novelas. El problema no es tanto que Reverte escriba mal, que no lo hace, sino que da la sensación de no distinguir entre cuando escribe una columna y cuando escribe una novela. Me explico. Reverte siempre ha alardeado en sus columnas de cierta irreverencia que le confería un humor ácido con el que nos ha atrapado a muchos, pero últimamente se empeña en trasladar eso a su ficción, cuando lo que ahí buscamos los lectores no es una lección de carácter castizo, sino una historia bien orquestada, con unos personajes bien desarrollados y, por supuesto, divertida. En resumen: no queremos al Pérez-Reverte graciosete, sino al Pérez-Reverte novelista, que sabemos que es capaz de cosas mucho mejores, como ya demostró en El húsar, El club Dumas o las dos primeras entregas de El capitán Alatriste.

Y Ojos azules peca de esa columnización de sus novelas. En ella el ejército español llega a América y conquista aquello con mucha mala leche y mucha sangre. Entonces un soldado se tira a una india para calmar sus instintos animales. La india se queda preñada y él no sabe qué hacer, porque claro, a fin de cuentas ella sólo es una bestia con cuerpo de mujer, y él es un hombre, además español, miembro del ejército más poderoso de la tierra y que Dios ha bendecido, que eso viste mucho. ¿Cómo se va a mezclar alguien como él con alguien como ella? (Por favor, no vean aquí alegoría de un alegato contra el racismo, que no la hay, sino autobombo del "yo soy muy leído") Pero no pasa nada, porque como hay que seguir guerreando, al pobre se lo cargan los indígenas en otra batalla, ir tan lejos para buscar riquezas y encontrar la muerte, irónico destino, y se acabaron las preocupaciones. La india que, cómo no, estaba perdidamente enamorada (ella parece que no sufre el estigma de la acomplejada moral española), se queda sola y marcada por llevar el fruto del invasor en su vientre, y sólo es capaz de preguntarse si su hijo tendrá lo ojos azules, igual que el padre.

Supongo que después de tal desaguisado nos esperará una segunda parte en la que Ojos Azules Jr. habrá crecido y será un miembro integrado de la tribu que enfrentará y derrotará heroicamente al ejército español cuando regrese. Creo que eso ya lo he visto en alguna otra parte.

25/2/10

Milagros de Nuestra Señora


GONZALO DE BERCEO, Milagros de Nuestra Señora

Nunca había leído realmente este libro, aunque han sido varias las veces que he fingido haberlo hecho (¡Qué remedio! Era materia de examen). El problema era que siempre me había enfrentado a él como a un libro religioso, cuando en realidad hay que afrontarlo como una colección de cuentos. Bien es cierto que con una temática que gira en torno a la Virgen, pero no se trata de un catequismo, son cuentos. En ellos la Virgen salva, premia y castiga dependiendo de las acciones cristianas de los protagonistas, pero también en la novela del XVIII la sociedad premia o castiga dependiendo del civismo de sus protagonistas, y en el Romanticismo es el destino el que se encarga de ello.

Pero un milagro me ha llamado la atención por encima de los demás, pues supone una pequeña novela en sí mismo: La deuda pagada. En él, un hombre acomodado ve menguar su fortuna hasta casi extinguirse, y pide un préstamo a un judío, dejando como fiadora a la virgen del lugar, que será raptada por el judío en el caso de no pagarse la deuda en el tiempo estipulado. Tras esto el mercader viaja al extranjero para rehacer su fortuna y, el día anterior al vencimiento del plazo, con su fortuna restaurada y ante la imposibilidad de regresar a su tierra para pagar la deuda, coloca el pago en la orilla del mar y reza a la Virgen para que las olas lo lleven a casa del judío y todo quede en orden. Todo saldrá bien, aunque el judío no acusará el pago y será la propia Virgen quien tenga que desmentir el embuste para que el estafador reciba su merecido.

Aquí se me hace imposible no preguntarme si realmente estamos ante un procedimiento "deus ex machina", pues la Virgen forma parte activa no sólo de esta historia, sino también de todas las anteriores. No sólo aparece como elemento final de salvación, sino que los actos de los protagonistas están ordenados en torno a ella; ella es el eje en torno al cual gira todo. Por otro lado sí que es tratada como un factor externo por parte de esos protagonistas, pues recurren a ella cuando se ven en apuros y en raras ocasiones parecen llevar una vida de devoción.

Pero lo realmente interesante es cómo orquesta la enseñanza religiosa alrededor de lo que son auténticos relatos de aventuras, en ocasiones más cercanos a la evasión que al adoctrinamiento.

17/2/10

Love Hina


KEN AKAMATSU, Love Hina

La historia en sí tiene la misma calidad literaria que puede tener lo impreso en el envoltorio de un chicle pero es divertida. En esa frase queda descrito todo lo que Love Hina puede ofrecer: diversión. Uno puede reírse (y mucho) con situaciones imposibles, pero nada más. Basta echar un vistazo al argumento para corroborarlo: Un chico que ha suspendido varias veces el examen de ingreso a la Universidad de Tokio (Todai), va a la pensión de su abuela para seguir estudiando, y al llegar allí descubre que la pensión es ahora una residencia femenina de estudiantes y a partir de ese momento él se convertirá en el encargado. A partir de ahí lo que va a suceder es evidente: el chico (Keitaro) es probablemente uno de los seres más torpes del universo, y en su torpeza pillará más de una vez a las chicas en situaciones comprometidas, recibiendo golpes cada vez mayores como reprimenda.

El problema de calidad no está en la historia en sí, sino en su mala estructuración, a todas luces improvisada. Resulta evidente que ese juego de estudiar para el examen no puede alargarse hasta el infinito, y Akamatsu resuelve introducir historias, no demasiado meditadas, para alargar la cosa: Keitaro suspende de nuevo, se va de viaje, se vuelve a presentar, los visita la hermana de una chica, conocen a una pirada, se rompe una pierna... todo eso introduciendo a nuevos personajes que serán abandonados porque de nada sirven al desarrollo real de la historia. El máximo exponente de esto es la aparición de la hermana de Keitaro (Kanako), con el único motivo de rellenar un tomo más en la colección y sin ningún fundamento.

Pero la verdadera base de la historia estaría en la relación de Keitaro con una de las chicas de la residencia (Naru), con la que de niño hizo la promesa de entrar juntos en la Todai y ser así felices para siempre. Propuesta fallida, pues la relación entre ambos no sufre ningún tipo de evolución (de evolución lógica, al menos), con lo que queda reducida a un cúmulo de chistes y golpes.

En resumen: ¿Divertida? Sí. Mucho. Todo lo que queramos. Pero no esperemos encontrar absolutamente nada más ahí dentro.

14/2/10

La casta de los Metabarones


ALEJANDRO JODOROWSKY, La casta de los Metabarones

Toda aventura que se precie implica un viaje, y todo viaje literario termina por arrastrar nuestra memoria hacia la Odisea. No podía ser menos en este cómic, uno de los mejores que he leído hasta la fecha. En él, el viaje de Ulises para recuperar su patria se convertirá en uno para recuperar la propia identidad, y será desarrollado a través de una saga familiar. Nuestro primer protagonista es el único superviviente de su pueblo, con lo que, distanciándose del héroe de Homero, no hay patria que recuperar, pero ha sido adoptado por los habitantes de otro planeta y ha contraído matrimonio con la hija del líder. Así, ahora es uno más de ellos y él y sus descendientes defenderán esos orígenes que en realidad no son los suyos. El planeta será atacado para obtener un valioso bien que ellos protegen y sus habitantes serán exterminados, siendo él el único superviviente, y comenzando de ese modo la saga familiar de los Metabarones, lo guerreros más poderosos del universo.

El sacrificio y el amor romántico e inquebrantable son los dos pilares fundamentales que rigen esta familia a través de las generaciones, y llevando lo segundo siempre aparejado lo primero. Pero si bien este amor es muy similar al que Ulises mostraba por Penélope, no sucede así con el sacrificio. En varias ocasiones en la Odisea, como en el paso de Escila y Caribdis o la entrada a los infiernos, vemos como Ulises debe sacrificar a sus compañeros en busca del bien mayor, pero el sacrificio en los Metabarones debe ser personal, y es esa capacidad de sacrificio, representada por un tormento físico que resta humanidad a la persona al tiempo que se la confiere al héroe de forma metafórica, la que les permite convertirse en héroes. Ulises ya gozaba de esa condición antes de comenzar su historia, pero aquí ellos deben ganársela, ninguno ha nacido así, es algo que han tenido que ganarse a lo largo de su vida con su esfuerzo.

Por otro lado, cada uno de los Metabarones se presenta como la alegoría de una lucha distinta, resultando el más carismático de todos quien al mismo tiempo es el menos humano. Será él quien logre la meta que la dinastía se había impuesto: desprenderse de su humanidad para llegar a ser el guerrero perfecto. Sin embargo eso lo llevará a convertirse en, quizá, el más humano de todos, lo que conferirá una lógica a la evolución de la familia, que desembocará en el rechazo del guerrero y la búsqueda del sentido de la propia existencia.

12/2/10

A través del espejo


LEWIS CARROLL, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí

Si Alicia en el país de las maravillas es el juego de las ideas, A través del espejo es el de las palabras. La comicidad conseguida entonces a través de la desestructuración de situaciones habituales, se consigue ahora a través de la conversación, mediante la desautomatización del lenguaje y un sutil análisis de la conversación, que fabrica chistes hilarantes para los niños y dilemas sociolingüísticos para los adultos. Y es que esta segunda parte, más interesante y mejor estructurada que la primera, más ambiciosa en suma, parece empeñada en que reflexionemos acerca de cómo nos comunicamos, algo que viene favorecido por la evidente falta de entonación en el texto escrito.

Los elementos más recurrentes son la literalización de frases hechas, la dilogías siempre dispuestas a la confusión y la libertad en el uso del lenguaje, que llega a confundirse con su desconocimiento. Elemento este último que, si bien ya se molestó Carroll entonces en nombrarlo, hoy en día alcanza cotas preocupantes, sobre todo en los profesionales del lenguaje, como es el caso de muchos periodistas y algunos escritores.

En definitiva se trata de una historia mucho mejor cohesionada que la anterior, más intelectual, que organiza todo alrededor de una supuesta partida de ajedrez que, en realidad, nunca llega a producirse, pero que conforma un mundo de lo más atractivo, igual de disparatado que el anterior y más familiar para la escasa imaginación de nuestros ojos adultos.