6/4/10

Tierra de sueños


JIRO TANIGUCHI, Tierra de sueños

Jiro Taniguchi parece obsesionado con regresar al pasado, pero no como dijera Manrique porque "cualquiera tiempo pasado fue mejor", porque el pasado que reclama es un tiempo duro para sus habitantes, en el que había que esforzarse en extremo muchas veces para no cumplir los objetivos marcados. Ya vimos en El almanaque de mi padre cómo el esfuerzo de un padre no le sirve para recuperar el amor de su hijo en toda su vida, o en el tercer título de La época de Botchan cómo el joven escritor Takuboku no consigue jamás salir de la situación de miseria en se se encuentra (acentuado en este caso porque quienes conocen la vida del novelista ya saben de antemano el resultado final de sus fútiles esfuerzos). Pero a pesar de todas sus complicaciones, lo que caracteriza el pasado de Taniguchi es la calma, eso es lo que él parece reclamar. Ese concepto parece haber casi desaparecido de la sociedad actual, hasta tal punto que nos topamos sin el más leve asombro con anuncios sobre cursos de relajación y cosas por el estilo, síntoma inequívoco de que el concepto de la vida relajada que hace siglos propusiera Fray Luis de León ha sido barrido de nuestro modo de vida. Vivimos en una frenética carrera por el éxito, por subir el siguiente peldaño. No existe el concepto de ganarse la vida, sino el de prosperar. Y aunque no caigamos en el juego del éxito la sociedad de consumo parece atraparnos sin remedio en una suerte de desquiciada carrera de posesiones personales, como si nos halláramos en medio de una guerra fría que nos enfrentara a cada uno de nosotros a todo el resto de la humanidad. Los personajes de Taniguchi no buscan el éxito, sino que lo aceptan cuando llega (si llega), a veces incluso de manera traumática, y el único (que yo haya visto hasta la fecha) que lo busca, Takuboku, está condenado a pagar por ello.

Las relaciones familiares parecen también tener un lugar preeminente en la obra de Taniguchi. El título que nos ocupa se compone de cinco relatos: Tener un perro, Y... tener un gato, La vista del jardín, Los días de los tres y La tierra prometida, y como he dicho la relación entre los miembros de la familia es la que articula los relatos, mostrando cada uno de ellos una situación tan habitual como diferente. En ellos los animales domésticos aparecen retratados como miembros de la familia en lo que se transforma en una especie de crítica social contra una sociedad que cosifica a las personas. Las encrucijadas en las que los protagonistas se encuentran con respecto a sus mascotas pueden ser fácilmente extrapoladas a las que tarde o temprano todos encontramos en el seno de nuestras familias y ante las que no siempre actuamos con tanta humanidad como la que aquí encontramos. En el primero de los relatos asistimos a la enfermedad y muerte de un miembro de la familia (sí, el perro), con todos los sacrificios olvidados que eso supone. En Y... tener un gato quedan de relieve los sentimientos encontrados ante la llegada de un nuevo miembro a la familia, por medio de una especie de adopción esta vez. En La vista del jardín la familia crece y, al mismo tiempo que se sigue humanizando a las mascotas, se las trata como tales, al enfrentarse al problema de tener que separar a los gatitos de la camada que acaba de nacer, entrando así en una especie de lucha entre la lógica y los sentimientos, con la victoria de estos últimos en contra de lo que tantas veces sucede en la actualidad. A partir del penúltimo relato las mascotas son dejadas a parte para mostrar ya sin metáforas de ningún tipo la importancia y complejidad de los lazos familiares y afectivos frente a las aspiraciones personales, tema que se repetirá en el último relato del tomo.

El conjunto de los relatos tienen una capacidad casi sedante al introducirnos en un mundo tan habitual como desconocido debido a la humanidad que todo destila en él. El tomo es muy breve, pero aún así y todo para leer con calma, sin prisas, olvidándose de la siguiente lectura y quedándonos sin fecha de partida en esta porque, de lo contrario, estaríamos traicionando el espíritu de esta pequeña joya, una de tantas a las que Taniguchi nos tiene habituados.

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