17/11/10

El mágico aprendiz


LUIS LANDERO, El mágico aprendiz

El mágico aprendiz resulta una casi hipnótica novela para aquellos que gustan de las habilidades narrativas de Luis Landero. En ella, Matías Moro, un oficinista madrileño, apocado y sin más ambiciones que terminar cada tarde su jornada laboral para regresar a su casa y ver desde su sofá las películas que se emiten en la tele, se ve envuelto en una serie de sucesos que lo superan. En una noche de insomnio en la que sale a comprar tabaco conocerá, debido a un crimen sucedido en ese momento en un edificio situado en su trayecto al bar, a sus inquilinos olvidados por el mundo y, entre ellos, se enamorará de una joven llamada Martina. En un segundo momento, iniciará un negocio con el fin de sacar de su mala vida a aquellas personas y, de paso, conquistar a Martina con sus nuevas virtudes de hombre de negocios.

Matías parece una especie de alter ego del protagonista de la primera novela de Landero: Gregorio Olías, alias Faroni. Si Gregorio era un oficinista sin futuro, un tanto apesadumbrado por los sueños de grandeza que nunca había llevado a cabo, Matías en cambio nunca tuvo esos sueños, aunque en ocasiones se vea acosado por el fantasma de lo que pudo haber sido; es más, cuando tiene la posibilidad de conseguir algo grande, se descubre a sí mismo suspirando por la tranquilidad que siempre ha tenido su vida.

Todo este panorama trágico está representado con un humor constante que se sirve del ridículo de las situaciones planteadas y de lo absurdo de los procesos mentales con los que el protagonista juzga todo lo que lo rodea. En realidad todo el problema que envuelve a Matías con respecto a Martina y a los habitantes de aquel ruinoso edificio existe tan sólo en su cabeza, y en ella se va desarrollando mediante razonamientos que rozan lo absurdo y que nos hacen asistir, como lectores, a una historia sin historia, que en su segunda parte desembocará, por la incapacidad del protagonista para ponerle freno, en la aventura empresarial. Algo parecido a lo que ya sucedía en Juegos de la edad tardía, aunque si bien allí se partía de cierto desasosiego para llegar a una especie de paz después del embrollo, aquí se parte de la relativa paz para encaminarse hacia la tragedia. Porque estamos ante una tragedia (en ningún momento de la lectura hay dudas con respecto a ello). Escrita en clave de comedia pero una tragedia a fin de cuentas, en la que unos personajes apocados se enfrentan a su destino social, buscando ascender pero sin lograrlo, algo así como un grupo de “buscones”, pero que en este caso gozan de nuestra simpatía en lugar de padecer nuestra mirada burlona como sucedía en la obra de Quevedo, en la que Pablos aparecía como un ser malicioso que trataba de corromper el sistema. Y, como sucedía en la novela del XVII, chocarán con el orden establecido que no les dejará alcanzar sus objetivos, aunque en este caso sea ese orden el corrupto.

La novela sin embargo, a pesar de su calidad, resulta pesada en ocasiones, pues todo cuanto sucede en ella es excesivamente razonado. Quizá ese sea el único defecto que pueda achacársele: Landero se ha deleitado tanto en su excelente prosa que a veces exige demasiada atención por parte de su lector, ofreciéndonos una novela más densa, en lo que a retórica se refiere, de lo que acostumbra e igualmente brillante.

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