8/11/10

La tesis de Nancy


RAMÓN J. SENDER, La tesis de Nancy

Ha resultado extraño leer este libro en las circunstancias en las que me encuentro, y más extraño resultará decir algo sobre él. Nancy es una tesinanda de viaje por Andalucía, puesto que el tema de su tesis es algo así como la cultura española. A lo largo de su viaje iniciático por el misterioso mundo ibérico irá recopilando información y juzgándola para que sea entendida por sus compatriotas californianos. Huelga decir que la mayoría de sus juicios serán del todo erróneos, tanto en lo que se refiere a los aspectos culturales como a los lingüísticos, y aquí es donde yo me he sentido un poco como Nancy, pues eso es lo que yo vengo haciendo en mi otro blog, hablar someramente de lo que voy viendo en mi periplo por la China. Cierto es que yo no toco apenas los aspectos culturales, sino los de una índole social de tipo más universal, pero eso no impide que en ocasiones me pregunte cuántos errores estaré cometiendo y si no debería comedirme más de vez en cuando. Eso es precisamente lo que no hace Nancy, que se describe a sí misma como una mujer de mundo y que no duda en pasar todo aquello que ve por su prisma de mujer estadounidense que, cree, le otorga una visión más correcta del mundo. Corrección a todas luces falsa, pues ella misma aplica mal sus propios conocimientos, como sucede cuando echa en cara a un andaluz hablar de los Estados Unidos como si todo el país fuera Nueva York, pues ella vive en California, que es tan calurosa como Andalucía, mientras sólo visita Andalucía y aplica lo que ve a toda España (el tópico más desgastado de nuestro país, por otro lado).

Nunca se me había ocurrido leer este libro en particular, pero llegó a mis manos por ser uno de los que recomiendan en el Magister de Traducción de la Universidad Complutense de Madrid, y me picó la curiosidad. En realidad la novela es todo un compendio de equívocos lingüísticos de diverso tipo, agravados por el particular español andaluz. Así pues, Nancy se topa con palabras del todo desconocidas para ella, cuyo significado decide desvelar por su cuenta o incluso inventar basándose en supuestos conocimientos anteriores, dando lugar a auténticos monstruos bicéfalos del lenguaje; o se topa con homonimias producidas por la pronunciación andaluza a las que da explicaciones descabelladas (un caso especialmente gracioso es cuando Nancy oye a los hombres llamar a las mujeres “mi arma” y hace toda una teoría sobre la importancia de las armas para los hombres, sobre todo las navajas, en la sociedad española, y el gran halago que supone para una mujer el que uno de ellos la compare con estos instrumentos bélicos, cosa que también relaciona con la peligrosidad de las féminas locales y el gusto por el riesgo de los varones); o toma por su sentido literal construcciones comunes en la fraseología española (también bastante gracioso el momento en que oye a su novio decir a otro gitano que él no se casará con ella porque cuando la conoció no tenía su flor, y Nancy “comprende” por qué todas las gitanas salen a la calle con una flor en el pelo, no vaya a ser que justo el día que no la llevan conozcan al hombre de su vida y no puedan casarse con él por ese descuido, la fuerza de las tradiciones).

Pero no sólo del soberbio desconocimiento estadounidense del mundo hace burla Sender en esta novela, sino también, y con mucho más hincapié del que acostumbramos a reconocer al leerla, de la incultura y la autosuficiencia españolas. Es curioso como casi todo lector español de esta novela suelta su carcajada frente a la inocencia de Nancy, pero no tantos frente a los mismos errores cometidos por los españoles. Sí, es cierto que tales errores son cometidos siempre por gitanos y andaluces de bajo nivel social, y quienes no pertenecemos a ese nivel de la sociedad nos sentimos extrañamente a salvo de la sátira, pero no es menos cierto que Nancy es una señorita californiana educada para tener unos estudios superiores y abandonarlos para casarse, algo también muy localizado en los Estados Unidos de la época y nosotros, lectores españoles, ampliamos su situación a todo el país sin ningún cargo de conciencia. Así pues, mientras nos burlamos en nuestro interior de toda la serie de tópicos que la protagonista desgrana sobre nuestro país, asistimos impertérritos a los que el resto de personajes lanza sobre la patria de ella. Y si bien somos capaces de ver dibujado en ella (la jovencita californiana) un esquema de toda la sociedad norteamericana, no lo somos tanto de ver en los gitanos andaluces el de toda la sociedad española, leyendo ciegos una burla hacia nosotros mismos, como tantas veces ha sucedido con tantos grupos sociales ciegos de ignorancia, el último que recuerdo, el de los jóvenes neonazis que querían participar como extras soldados en la película alemana sobre su Führer, El hundimiento.

Y a pesar de todo lo dicho, en medio de esa incultura española, aparece una cultura popular que parece extinta en nuestros días: personas que conocen las tradiciones, gente sin estudios capaces de recitar tiradas enteras de Don Juan Tenorio, no por haberlo leído sino por haberlo visto o escuchado, una velada vergüenza de la incultura en contra de la exhibición que de ella se hace hoy en día, un alarde de lo poco que se sabe en lugar de hacerlo de lo que no se sabe como hoy sucede, una búsqueda de algo de cultura, por poca que sea, en lugar de ese desprecio actual por cualquier cosa de la que se pueda aprender algo, el sólo hecho de asombrarse un mínimo ante lo que otros conocen y uno desconoce en vez del contemporáneo: eso no me interesa. Sí, Sender hace una velada burla de la incultura española sin tener ni idea de lo que se avecinaba después, una mucho más creciente y además jactanciosa y autosatisfecha.

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