
12/4/11
Mudanza

24/3/11
Asesinato en el Comité Central

20/3/11
La casa de enfrente
VANYDA, La casa de enfrente
7/3/11
Chino americano

GENE LUEN YANG, Chino americano
“Como asiático americano, Chino americano es le libro que he estado esperando toda mi vida”. - Derek Kirk Kim
Esta es la frase con la que Chino americano se publicita en sus tapas, y resulta a todas luces exagerada. Bien es cierto que la novela gráfica tiene una serie de guiños que sólo serán comprendidos por aquellos lectores que tengan ciertos conocimientos de la cultura china, pero el asunto no pasa de ahí: una serie de guiños. Dichos guiños se limitan a la insistente repetición de un sello en todas sus páginas y a una reelaboración chistosa del Viaje al Oeste (de verdad tiene gracia si se conoce la referencia original). La aparición del sello imperial me parece interesante, aunque también excesiva, no creo que fuera necesario que apareciera en todas y cada una de las páginas. Este sello resalta la importancia de un relato que parece intrascendente a lo largo de su desarrollo, hasta que llegamos al final y todo cobra sentido.
La novela está compuesta de tres historia separadas que confluyen al final para dar unidad al conjunto y, como en toda buena historia de aprendizaje, conformar una moraleja final. Además, las tres historias se van mezclando de manera en apariencia caótica, pero bastante ordenada una vez que puede verse con la perspectiva necesaria que ofrece el disponer de todas las piezas. La primera de ellas es una reelaboración aún más cómica que la original del Viaje al Oeste. La segunda, la historia de un chico asiático que trata de integrarse en su colegio de los Estados Unidos. La tercera cuenta cómo la vida de un estudiante popular se va al traste con la visita de un pariente suyo chino, que hace que todos empiecen a verlo como un bicho raro. Todos reconoceremos a este pariente como al chino idiota de las antiguas comedias americanas, cuyo único cometido era meter la pata y decir frases absurdas. Aquí su papel se repite a la perfección, pero va más allá, pues él se revelará como verdadero protagonista de todo el conjunto, como la única voz auténtica dentro de todo ese teatro de apariencias que se ha ido formando para no ser quienes realmente somos y formar parte de aquello que consideramos mejor que nosotros.
Es en este punto donde Chino americano se convierte en un viaje opuesto al que nos ofrecía Viaje al Oeste. Si en este último el viaje iniciado tenía por objeto que sus protagonistas mejoraran personalmente, en Chino americano les lleva a perder su propia personalidad por la ilusión de un mundo de apariencias.
Quizá el mayor defecto de Chino americano sea limitar este dilema moral a la conservación de las propias raíces, en lugar de ampliarlo a la autoafirmación que todos necesitamos, vivamos o no lejos de nuestro ambiente natal.
Una buena historia para cualquiera que disponga de media hora libre, aunque de una elaboración un tanto infantil (tanto por el dibujo como por su desarrollo), teniendo en cuenta las referencia adultas que utiliza.
25/2/11
Riña de gatos

EDUARDO MENDOZA, Riña de gatos, Madrid 1936
Hace ya tiempo que leí Riña de gatos y no me había atrevido todavía a reseñarlo pues, a pesar de haberme dejado muy buen sabor de boca, visto después con un poco de perspectiva no sabía muy bien a qué se debía mi visión favorable de la novela. Yo nunca había leído antes un premio planeta, no porque les tenga especial tirria, sino porque sencillamente no lo había leído: no los denuesto pero el premio tampoco me sirve de aliciente para leer el libro (sobre todo para comprarlo). Pero en esta ocasión el premiado era uno de mis autores españoles favoritos, así que no podía dejarlo pasar como había hecho con el resto. Por las venas de Eduardo Mendoza más que sangre corre novela y muy pocas veces me ha decepcionado (de hecho la única novela suya que me dejó un gusto bastante amargo fue La isla inaudita), así que no veía por qué iba a hacerlo ahora. Así que lo compré, lo leí, y de esto hace ya más de un mes.
La novela recuerda superficialmente a sus comienzos con La verdad sobre el caso Savolta, pero una vez superada esta primera capa lo cierto es que nada tiene que ver con aquella. Aquí Mendoza utiliza su habitual prosa ligera aunque con un vocabulario siempre muy preciso (creo que es el único novelista en cuyas novelas encuentro la palabra “parterre” casi por sistema) y con una sintaxis clara y perfecta. También nos ofrece su habitual sentido del humor dirigido al lector avezado por medio de equívocos y un léxico en ocasiones chocante. Nos entrega una novela fluida, que jamás pierde el ritmo, que no recurre a trucos engañosos para sorprender al lector (quizá un poco en la resolución final de la autoría del cuadro), que ataca y defiende en ocasiones a los dos bandos burlándose así de las simpatías “políticas”. Pero nos ofrece sobre todo dos cambios. El primero y más evidente, un cambio de localización: hemos abandonado Barcelona para irnos a Madrid, y para quienes como yo estamos acostumbrados a identificar a mendoza con la ciudad condal esto resulta en ocasiones confuso. El segundo cambio se da en el nivel del narrador, que en las novelas de Mendoza nunca había interferido en la historia para dar opiniones al margen de ésta, y aquí lo hace por primera vez provocando cierta sorpresa.
Me reafirmo en mi opinión de que es una buena novela, aunque ni mucho menos de las mejores de su autor, pero me quedo también con esa duda interna que me produce no poder explicar el porqué de su bondad, salvo por la falta de argumentos para hablar mal de ella, pues no hay ninguna pega que pueda ponérsele.
14/2/11
La sombra del viento

CARLOS RUIZ ZAFÓN, La sombra del viento
Comenzaré exponiendo que la lectura de este libro ha sido ante todo, para mí, un experimento, pues en modo alguno lo he leído, sino que lo he escuchado. Algunas personas me lo habían recomendado con anterioridad y, a pesar de que me llamaba la atención, siempre me había dado bastante pereza enfrentarme a la primera novela para adultos de Ruiz Zafón, hasta que llegó a mis manos un ejemplar ya leído y listo para excuchar, un audiolibro, y decidí disfrutarlo en este tan singular formato para mí. Y la experiencia fue buena. Por supuesto que tuvo algunas pegas; era, por ejemplo, casi imposible echar páginas atrás para revisar algo y, dependiendo del lugar, el ruido ambiente podía resultar molesto para la correcta audición. Sin embargo mi principal preocupación, el hecho de que mi mente volase sin prestar atención a las palabras que la grabación susurraba en mi oído, no llegó a producirse, por lo que ya he tomado la decisión de que su publicitada segunda parte, El juego del ángel, pasará a formar parte de mis conocimientos enciclopédicos mediante este mismo procedimiento.
Una cosa me proporcionó este tipo de “lectura” que nunca podría haber experimentado mediante una de tipo más “tradicional” (entrecomillo tradicional porque tendemos a olvidar que la transmisión literaria ha sido durante mucho tiempo oral, pues hace relativamente poco que todos sabemos leer): el placer de disfrutar de sus “páginas” al tiempo que admiraba las evoluciones del paisaje a través de la ventanilla del tren, pues gran parte de la novela la disfruté durante un viaje a través de la China de veintitrés horas de ida y otras veintitrés de vuelta. Y les aseguro que experimentar la literatura y la naturaleza al mismo tiempo es algo sin duda mágico.
Tras esta breve introducción debería pasar a hablar de la novela en sí misma, a la que me cuesta aceptar como una novela para adultos. Ruiz Zafón viene de la literatura juvenil y eso se nota en La sombra del viento. Incluso me atrevería a aventurar que él comenzara a escribir la historia pensando en su habitual público y cambiara su orientación a medida que ésta se desarrollaba. Es decir, que nació como novela infantil y fue creciendo en edad al tiempo que lo hacía en número de páginas. Digo esto por la ambientación y personajes que acompañan al inicio de la novela, con un protagonista niño dispuesto a correr grandes aventuras en un lugar tan misterioso como puede serlo el cementerio de los libros olvidados, casi mágico, como los que aparecen en todos los libros infantiles, y custodiado por ese guardián-bibliotecario. Porque... ¿Qué es el cementerio de los libros olvidados? ¿Una librería? ¿La biblioteca particular de alguien? ¿Algún tipo de almacén? Lo cierto es que desde un principio se nos muestra como un lugar casi fuera de nuestra realidad, al que sólo unos pocos elegidos tienen acceso, como si fueran miembros de un muy selecto club de cierto misticismo y cuyo conocimiento va heredándose de padres a hijos. El bibliotecario se dedica a eso: a se el bibliotecario del cementerio, que por otro lado parece estar en el lugar más recóndito de Barcelona y no tener financiación alguna. Además hay un pacto de silencio por el que todos aquellos que conozcan la existencia del lugar deben guardar el secreto. Todo esto se sostiene en la fantasía de una novela infantil y así lo aceptamos, pero La sombra del viento se va haciendo más adulta conforme avanza (no demasiado, salvo por algunas escenas de sexo y violencia), y cambia paulatinamente su argumento de fantasía juvenil por otro histórico y detectivesco más propio de los best-sellers actuales. Pero dentro de todo este mundo mucho más realista se mantiene el cementerio como un resto de lo que la novela había empezado siendo, lo cual crea situaciones no del todo verosímiles.
Pero el gran acierto de La sombra del viento es su mezcla de elementos, dispuestos al estilo de una novela de folletín, con multitud de picos y aplazamientos en la trama. Ahí dentro se mezclan una historia de misterio, con una narración histórica, con dramas familiares y amorosos, que en ocasiones merecerían haber sido escritos por el propio Dumas.
No es una gran novela pero sí una buena novela. Zafón ha sabido ver los vicios y defectos de los lectores “adultos” actuales y les ha sabido sacar partido en un libro que me atrevería a llamar de adoctrinamiento literario. Me explico. Dumas, Tolstoi, Wilde... los clásicos, en fin, son desplazdos hoy en día por el público adulto en favor de una literatura ligera de best-seller con volátiles tramas pseudohistóricas y una literatura infantil “con mucha letra” y en ocasiones bastante pobre. Vamos, que a los lectores actuales les gusta que les hablen como a niños. Zafón, conocedor de la literatura infantil, pues es uno de sus autores, hace uso de sus conocimientos y valiéndose de ese tirón arrastra al lector hacia el mundo del folletín, “educando” así sus gustos. Si el lector de J. K. Rowling es carne de cañón para Stephenie Meyer (sí, comprendo la ironía de esto) y más adelante para Dan Brown, el paso lógico tras La sombra del viento son Dumas y sus coetáneos.
Repito que no pasa de ser una novela más, pero una que arranca un soplo de aire fresco para la narrativa de best-seller, llevándola por caminos mucho más dignos de los que habitualmente transita y, lo más importante, llevando a sus lectores a mucho más recomendables puertos.
1/2/11
Perder teorías

ENRIQUE VILA-MATAS, Perder teorías
Quizá no hay sido la manera más apropiada comenzar a leer a Enrique Vila-Matas por este título, pero así ha sucedido, de modo que pediré disculpas de antemano a los profundos conocedores del mundo literario, que yo desconozco por completo, de este novelista, si digo algo ajeno a su literatura que pueda ser tenido por una metedura de pata monumental.
Hace un par de meses Enrique Vila-Matas estuvo en Pamplona presentando su nueva “novela” Perder Teorías. Allí dio un pequeño discurso plagado de errores gramaticales bastante abundantes hoy en día, que me hicieron echarme atrás en buena medida en mi decisión de leer por fin algo de este señor (ya rondaba por mi cabeza entonces leer su última novela, Dublinesca, a la que aún no me he acercado). A esta impresión se añadió la “extraña” sintaxis utilizada en el título del libro, aunque he de reconocer que, en un inexplicable proceso mental, quizá eso haya influido en la decisión final de leerlo.
Perder Teorías es un falso (o así me lo parece) episodio biográfico del señor Vila-Matas en la ciudad de Lyon, a donde ha ido como participante en un simposio internacional. Una vez allí, va a la habitación de su hotel y se queda allí esperando a que los organizadores del evento se pongan en contacto con él, mientras su mente empieza a divagar sobre lo que debería ser una teoría general de la novela.
La prosa utilizada en esta novelita metaliteraria es extremadamente sencilla, cosa que se adapta muy bien a su clara intención de centrar la atención sobre las ideas y no sobre la historia ni la forma, aunque al mismo tiempo lo que defiende es la supremacía de la forma sobre la historia como razón de ser de la novela, y tampoco renuncia a varios giros novelescos (esto es, de historia), entre los que destaca ese final en el que el protagonista esquiva a sus mecenas. Queda claro, pues, que en estas breves páginas priman los contrastes, que niegan inmediatamente con los “actos” lo que acaba de ser dicho con las palabras. Mediante esta pequeña historia encaminada a aumentar la leyenda de “bicho raro” de Vila-Matas en la que él parece sentirse bastante a gusto, extrae cinco máximas que, considera, son las de deben regir toda novela (no las escribiré porque considero que tiene más interés leer la novela y por tanto el proceso por el que se llega a ellas). Esas máximas son las que aplicará a su próxima novela, dice, tratando de mezclarse lo más posible con su personaje, que sin lugar a dudas es Dublinesca, así que parece que no me quedará otro remedió que leerla para ver en qué acaba todo esto.
Una cosa al menos ha hecho extraordinariamente bien el autor en esta última incursión literaria, aunque por lo que dijo en Pamplona eso se lo debemos más bien a su nueva editorial, y es que haya publicado estos dos títulos por separado, creando así cierto juego literario que obliga a volver sobre la novela tras haber leído el tratado, para buscar, como buenos investigadores, en ella las cinco máximas que toda novela moderna debe cumplir.
1/12/10
El maestro de esgrima
Así que entenderán mi sorpresa al leer, por fin, una novela como esta de manos de su autor. Lo primero que asombra, y más en el cúmulo de despropósitos que suele ser a este respecto la novela actual (hablo de la consabida por todos, pues, por fortuna, sigue habiendo grandes narradores), es que en El maestro de esgrima nada sobra, cada frase tiene su razón de ser en la historia, lo que hace que el lector pueda, si lee con atención, ir figurándose cómo acabará la aventura, aunque manteniendo la obligatoria sombra de duda para no sacrificar los debidos tensión y misterio. También las tertulias políticas del café, que al principio parecen molestarnos pues entorpecen la narración de la historia del maestro y su pupila, que es lo que nos interesa, son necesarias para dar cabida a lo que surgirá cuando el marco de la historia se habra. A Javier Marías, soberano al que sirve el "Duke of Corso", siempre le han preguntado, debido al complejísimo discurso literario de sus novelas, si tiene un esquema preciso que seguir de toda la novela antes de comenzar a escribirla, a lo que él siempre responde que nunca escribiría una novela en la que ya supiera todo lo que va a ocurrir, pues eso sería aburridísimo (ya lo hizo una vez con un cuento, asegura, y deseaba acabarlo lo antes posible pues no le gustó nada la experiencia). Reverte en ocasiones ha sugerido cosas parecidas, aunque resulta difícil creer que, en el caso que nos ocupa, no conociera al menos el final de su historia para poder orquestarlo todo a su alrededor con tanta eficacia. Incluso, sin renunciar a este mecanismo casi de relojería, se permite el lujo de ir dejándonos reflexiones sobre la época que nos ha tocado vivir.
Jaime Astarloa es el solitario protagonista de esta a ventura y, a pesar de parecer sacado de otra época (incluso para la narrada en la novela), con todas las virtudes que hoy en día serían vistas como defectos, consigue arrancar nuestras simpatías. Sobre todo porque se contrasta perfectamente con el resto de personajes, pertenecientes todos a una sociedad corrupta en al que la política no pasa de ser una profusa palabrería para lucrarse (¿les suena de algo?), y donde incluso el que tiene los ideales más nobles (sangrientos pero nobles, al fin y al cabo) es de inmediato corrompido al más mínimo contacto con el poder. Y claro, ante este panorama la otra opción es identificarse con esa corrupta clase política, cosa que a nadie agrada, sobre todo en este preciso momento en el que ese discurso vuelve a ser tan actual, sin distinguir clases ni colores.
Por otro lado, el aspecto negativo está (como siempre) en el personaje femenino que sirve de contrapunto al protagonista, construido una vez más a base de tópicos y del todo vacío de contenido: hermosa, misteriosa y malvada. Lo hemos visto antes con el nombre de Angélica de Alquézar, Tánger Soto o Teresa Mendoza. Realmente es lo único que le falta a esta novela para ser del todo redonda. ¡Ah! Y en la solapa sale la foto de Reverte afeitado y con gafas, que siempre viste más que ese académico barbudo que se ha colado en sus últimas novelas.
17/11/10
El mágico aprendiz
El mágico aprendiz resulta una casi hipnótica novela para aquellos que gustan de las habilidades narrativas de Luis Landero. En ella, Matías Moro, un oficinista madrileño, apocado y sin más ambiciones que terminar cada tarde su jornada laboral para regresar a su casa y ver desde su sofá las películas que se emiten en la tele, se ve envuelto en una serie de sucesos que lo superan. En una noche de insomnio en la que sale a comprar tabaco conocerá, debido a un crimen sucedido en ese momento en un edificio situado en su trayecto al bar, a sus inquilinos olvidados por el mundo y, entre ellos, se enamorará de una joven llamada Martina. En un segundo momento, iniciará un negocio con el fin de sacar de su mala vida a aquellas personas y, de paso, conquistar a Martina con sus nuevas virtudes de hombre de negocios.
Matías parece una especie de alter ego del protagonista de la primera novela de Landero: Gregorio Olías, alias Faroni. Si Gregorio era un oficinista sin futuro, un tanto apesadumbrado por los sueños de grandeza que nunca había llevado a cabo, Matías en cambio nunca tuvo esos sueños, aunque en ocasiones se vea acosado por el fantasma de lo que pudo haber sido; es más, cuando tiene la posibilidad de conseguir algo grande, se descubre a sí mismo suspirando por la tranquilidad que siempre ha tenido su vida.
Todo este panorama trágico está representado con un humor constante que se sirve del ridículo de las situaciones planteadas y de lo absurdo de los procesos mentales con los que el protagonista juzga todo lo que lo rodea. En realidad todo el problema que envuelve a Matías con respecto a Martina y a los habitantes de aquel ruinoso edificio existe tan sólo en su cabeza, y en ella se va desarrollando mediante razonamientos que rozan lo absurdo y que nos hacen asistir, como lectores, a una historia sin historia, que en su segunda parte desembocará, por la incapacidad del protagonista para ponerle freno, en la aventura empresarial. Algo parecido a lo que ya sucedía en Juegos de la edad tardía, aunque si bien allí se partía de cierto desasosiego para llegar a una especie de paz después del embrollo, aquí se parte de la relativa paz para encaminarse hacia la tragedia. Porque estamos ante una tragedia (en ningún momento de la lectura hay dudas con respecto a ello). Escrita en clave de comedia pero una tragedia a fin de cuentas, en la que unos personajes apocados se enfrentan a su destino social, buscando ascender pero sin lograrlo, algo así como un grupo de “buscones”, pero que en este caso gozan de nuestra simpatía en lugar de padecer nuestra mirada burlona como sucedía en la obra de Quevedo, en la que Pablos aparecía como un ser malicioso que trataba de corromper el sistema. Y, como sucedía en la novela del XVII, chocarán con el orden establecido que no les dejará alcanzar sus objetivos, aunque en este caso sea ese orden el corrupto.
La novela sin embargo, a pesar de su calidad, resulta pesada en ocasiones, pues todo cuanto sucede en ella es excesivamente razonado. Quizá ese sea el único defecto que pueda achacársele: Landero se ha deleitado tanto en su excelente prosa que a veces exige demasiada atención por parte de su lector, ofreciéndonos una novela más densa, en lo que a retórica se refiere, de lo que acostumbra e igualmente brillante.
8/11/10
La tesis de Nancy

Ha resultado extraño leer este libro en las circunstancias en las que me encuentro, y más extraño resultará decir algo sobre él. Nancy es una tesinanda de viaje por Andalucía, puesto que el tema de su tesis es algo así como la cultura española. A lo largo de su viaje iniciático por el misterioso mundo ibérico irá recopilando información y juzgándola para que sea entendida por sus compatriotas californianos. Huelga decir que la mayoría de sus juicios serán del todo erróneos, tanto en lo que se refiere a los aspectos culturales como a los lingüísticos, y aquí es donde yo me he sentido un poco como Nancy, pues eso es lo que yo vengo haciendo en mi otro blog, hablar someramente de lo que voy viendo en mi periplo por la China. Cierto es que yo no toco apenas los aspectos culturales, sino los de una índole social de tipo más universal, pero eso no impide que en ocasiones me pregunte cuántos errores estaré cometiendo y si no debería comedirme más de vez en cuando. Eso es precisamente lo que no hace Nancy, que se describe a sí misma como una mujer de mundo y que no duda en pasar todo aquello que ve por su prisma de mujer estadounidense que, cree, le otorga una visión más correcta del mundo. Corrección a todas luces falsa, pues ella misma aplica mal sus propios conocimientos, como sucede cuando echa en cara a un andaluz hablar de los Estados Unidos como si todo el país fuera Nueva York, pues ella vive en California, que es tan calurosa como Andalucía, mientras sólo visita Andalucía y aplica lo que ve a toda España (el tópico más desgastado de nuestro país, por otro lado).
Nunca se me había ocurrido leer este libro en particular, pero llegó a mis manos por ser uno de los que recomiendan en el Magister de Traducción de la Universidad Complutense de Madrid, y me picó la curiosidad. En realidad la novela es todo un compendio de equívocos lingüísticos de diverso tipo, agravados por el particular español andaluz. Así pues, Nancy se topa con palabras del todo desconocidas para ella, cuyo significado decide desvelar por su cuenta o incluso inventar basándose en supuestos conocimientos anteriores, dando lugar a auténticos monstruos bicéfalos del lenguaje; o se topa con homonimias producidas por la pronunciación andaluza a las que da explicaciones descabelladas (un caso especialmente gracioso es cuando Nancy oye a los hombres llamar a las mujeres “mi arma” y hace toda una teoría sobre la importancia de las armas para los hombres, sobre todo las navajas, en la sociedad española, y el gran halago que supone para una mujer el que uno de ellos la compare con estos instrumentos bélicos, cosa que también relaciona con la peligrosidad de las féminas locales y el gusto por el riesgo de los varones); o toma por su sentido literal construcciones comunes en la fraseología española (también bastante gracioso el momento en que oye a su novio decir a otro gitano que él no se casará con ella porque cuando la conoció no tenía su flor, y Nancy “comprende” por qué todas las gitanas salen a la calle con una flor en el pelo, no vaya a ser que justo el día que no la llevan conozcan al hombre de su vida y no puedan casarse con él por ese descuido, la fuerza de las tradiciones).
Pero no sólo del soberbio desconocimiento estadounidense del mundo hace burla Sender en esta novela, sino también, y con mucho más hincapié del que acostumbramos a reconocer al leerla, de la incultura y la autosuficiencia españolas. Es curioso como casi todo lector español de esta novela suelta su carcajada frente a la inocencia de Nancy, pero no tantos frente a los mismos errores cometidos por los españoles. Sí, es cierto que tales errores son cometidos siempre por gitanos y andaluces de bajo nivel social, y quienes no pertenecemos a ese nivel de la sociedad nos sentimos extrañamente a salvo de la sátira, pero no es menos cierto que Nancy es una señorita californiana educada para tener unos estudios superiores y abandonarlos para casarse, algo también muy localizado en los Estados Unidos de la época y nosotros, lectores españoles, ampliamos su situación a todo el país sin ningún cargo de conciencia. Así pues, mientras nos burlamos en nuestro interior de toda la serie de tópicos que la protagonista desgrana sobre nuestro país, asistimos impertérritos a los que el resto de personajes lanza sobre la patria de ella. Y si bien somos capaces de ver dibujado en ella (la jovencita californiana) un esquema de toda la sociedad norteamericana, no lo somos tanto de ver en los gitanos andaluces el de toda la sociedad española, leyendo ciegos una burla hacia nosotros mismos, como tantas veces ha sucedido con tantos grupos sociales ciegos de ignorancia, el último que recuerdo, el de los jóvenes neonazis que querían participar como extras soldados en la película alemana sobre su Führer, El hundimiento.
Y a pesar de todo lo dicho, en medio de esa incultura española, aparece una cultura popular que parece extinta en nuestros días: personas que conocen las tradiciones, gente sin estudios capaces de recitar tiradas enteras de Don Juan Tenorio, no por haberlo leído sino por haberlo visto o escuchado, una velada vergüenza de la incultura en contra de la exhibición que de ella se hace hoy en día, un alarde de lo poco que se sabe en lugar de hacerlo de lo que no se sabe como hoy sucede, una búsqueda de algo de cultura, por poca que sea, en lugar de ese desprecio actual por cualquier cosa de la que se pueda aprender algo, el sólo hecho de asombrarse un mínimo ante lo que otros conocen y uno desconoce en vez del contemporáneo: eso no me interesa. Sí, Sender hace una velada burla de la incultura española sin tener ni idea de lo que se avecinaba después, una mucho más creciente y además jactanciosa y autosatisfecha.