26/4/10

Argonáuticas


APOLONIO DE RODAS, Argonáuticas

Al comparar la literatura escrita en lenguas modernas con la de nuestros antepasados griegos y latinos queda patente lo jovencísima que es todavía aquella. Mientras los modelos que ellos establecieron permanecieron durante un larguísimo período de tiempo, los nuestros parecen ser incapaces de mantenerse. Incluso uno de los más longevos, la novela, se ve amenazada de muerte cada cierto tiempo, por no decir que vive permanentemente herida. Lo establecido por Homero en el siglo VIII A.C., tiene continuidad en las Argonáuticas que tenemos entre manos, con su correspondiente evolución, claro está. Y que quede claro que digo esto desde el desconocimiento de la historia de la literatura clásica, pero el sabor de boca que queda es que la épica continúa siendo épica, con unas reglas más o menos similares a pesar de la evolución, mientras que bien poco reconocemos de las primeras narraciones en lengua castellana en la novela actual.

Al margen de esta impresión personal, las Argonáuticas parecen ser una incursión un tanto arriesgada en un tipo de composición que no estaba de moda en aquella época a pesar del prestigio que pudiera tener Homero, algo así como si alguien escribiera un cantar épico hoy en día. Pero la modernidad con respecto a aquel queda patente, aparte de en una menor longitud del cantar, en una estructura más elaborada. Externamente el poema se divide en cuatro cantos, pero internamente serían tres las partes que la componen. La primera, que narra las aventuras de los héroes hasta llegar a la Cólquide, ocupa los dos primeros cantos y es la que más participa del habitual tono de la épica, explicando la procedencia de los héroes, los oráculos y organizándolo todo de una manera episódica, como una sucesión de aventuras. La segunda parte, en cambio, se torna más novelística. En ella tienen lugar los trabajos por los que Jasón debe pasar para la consecución del vellocino de oro, el amor que Medea profesa por él y las intrigas de ésta para ayudar a su recién conocido amor, que culminarán en el abandono de la patria por parte de la mujer para convertirse posteriormente en mujer del protagonista, ocupando todo esto el canto tercero y el inicio del cuarto. Como podrán comprobar todo este juego de intrigas y valor bien podría pertenecer a un folletín decimonónico. La última parte la conforma el regreso a la patria para poner ante Pelías el vellocino y dar término así a las aventuras de los héroes, que serán perseguidos por los soldados del reino al que han robado el vellocino y la princesa.

Tres aspectos me parecen destacables de esta gran aventura, y empezaré por el último de ellos, y es que la aventura no termina realmente, sino que llegado a un punto del viaje de regreso simplemente se nos apunta que el resto del trayecto fue apacible hasta llegar a su destino, pero nunca sabemos cómo es esa llegada, ni qué sucede con la profecía del hombre de una sola sandalia, aunque supongamos que se cumplirá. Un final abierto, podríamos decir, aunque no se trata realmente de eso, sino que más bien parece darlo por sabido.

Por otro lado la semblanza del héroe pierde bastante de su heroismo. Digo esto porque Jasón es comparado con Odiseo, no abierta pero sí veladamente (sobre todo en el viaje de vuelta, en el que pasa por varios parajes que coinciden con el viaje de Ulises). Si recordamos al protagonista de la Odisea, sabemos que era un hombre decidido y siempre con muchos recursos, incluso así era llamado en muchas ocasiones. Sin embargo Jasón parece más bien un hombre falto de recursos, guiado siempre por los oráculos o los otros héroes, cosa que llega a su máxima representación cuando Eetes le propone una tarea imposible para adquirir el vellocino, y luego dice a sus compañeros: “Lo cual, desde luego, pues nada mejor podía idear, le acepté sin rodeos”.

Pero el personaje que cobra gran protagonismo a partir del tercer canto es Medea. Si bien en esta historia ella es la enamorada de Jasón y debería ser vista como una heroína en su labor de hacer que toda la empresa llegue a buen puerto, las características que se resaltan de ella son las de bruja y traidora: “...el espíritu se me revuelve por dentro en un mudo estupor, cuando pienso si debo llamar fatal al aturdimiento de la pasión o fuga vergonzosa el modo en que abandonó las gentes de los colcos”. Toda la presencia de Medea, de acción intachable aquí, está marcada por lo que todos los lectores saben que sucederá con ella después, en los acontecimientos posteriores que cuenta la Medea de Eurípides, y que Apolonio utiliza para crear una sombra de tragedia que no nos abandonará nunca a pesar de las grandes hazañas que estamos presenciando. Incluso cuando los dos amantes se conocen se dicen las siguientes palabras de Medea: “Y a ella por dentro se le desbordaba el ánimo al oírlo. Sin embargo se estremeció temerosa de ver acontecimientos sombríos”. Y más adelante un oráculo le presagia el aciago destino eliminando así cualquier sombra de duda: “Creo que tú no por mucho tiempo eludirás la grave cólera de Eetes”. Todo un juego, como ven, con las espectativas del lector, que nos crea la intriga de hasta qué punto se desarrollara la trama y no nos deja terminar de alegrarnos por la suerte de los amantes, dejando un gusto amargo en las victorias por ellos conseguidas.

El vellocino sigue allí para nosotros, en una épica tremendamente moderna, y sus doscientas cincuenta páginas no pueden ser un obstáculo para que nos hagamos con él.

19/4/10

Los detectives salvajes


ROBERTO BOLAÑO, Los detectives salvajes

El mejicano Ulises Lima y el chileno Arturo Belano viajan perdidos por el mundo. En otro tiempo fueron amigos, los líderes de un renacido movimiento literario en Méjico llamado el realismo visceral, pero ahora hace ya mucho tiempo que el uno no ve al otro. No sabemos qué los ha distanciado tanto pero tampoco podemos dejar de seguirlos. Los dos parecen marcados por un sino fatal. Lima parece arrastrarse por el mundo más que vivir y Belano busca su propio fin de forma constante. Cuando vivían en Méjico eran importantes dentro de su círculo, había gente que los seguía, personas que los admiraban. Ahora todo eso ha acabado y sus vidas se han visto condenadas al anonimato: quizá quemaron todos sus cartuchos cuando todavía eran demasiado jóvenes. Entonces tenían amores pasajeros que nunca llegaron a importarles demasiado, ahora son incapaces de retener aquel que querrían conservar para siempre; entonces la falta de dinero no parecía afectarles, ahora apenas les alcanza con el que tienen para seguir viviendo al día siguiente. Sólo una cosa parece no haber cambiado: el sexo como motor de sus vidas y de las de todo aquel que se cruza con ellos, el sexo como objetivo y al mismo tiempo como elemento intrascendente que siempre está ahí, que siempre nos acompaña, y como vehículo y representación última del amor.

Todo lo que podemos llegar a saber de ellos es sólo a través de terceras personas, pues a pesar de ser los líderes de su movimiento literario, los auténticos creadores cuya escritura el resto trata de seguir, ninguna página de su puño y letra nos ha llegado, y sus existencia se ha vuelto difusa, irreal, al ser lo único que tenemos las palabras de otros que aseguran haberlos conocido.

En su deambular por el mundo la vida ha demostrado ser más fuerte que cualquier amistad que los hubiera unido y ahora uno ya casi ni sabe quién es el otro. Ya no se tienen el aprecio que se tuvieron, incluso han llegado a insultarse en la distancia. Ni los amores que les cambiaron han sido capaces de hacer frente a la vida, han sido abandonados por ellos y sólo la poesía parece ser eterna compañera.

Sólo uno de ellos regresará al punto de origen al finalizar su viaje, no hace falta decir quién, su nombre lo delata, sólo uno volverá a ser amigo de los que ya lo fue en su juventud, el otro sencillamente se perderá y se convertirá en leyenda, ya nadie podrá volver a dar noticias de su paradero y cada vez que se hable de él seguirá teniendo la misma edad que la última vez que de él se supo. Así su nombre se convertirá en una leyenda fugaz para aquellos que lo conocieron, pero para nadie más, pues sus poemas parecen haber sido tragados por la tierra que nunca devuelve lo que se lleva, y nada quedará de ellos, tan sólo una historia imprecisa y ya demasiado teñida de irrealidad.

17/4/10

Malas ventas


ALEX ROBINSON, Malas ventas

En la ciudad de Nueva York Sherman busca un nuevo piso donde vivir, y Stephen y Jane le alquilan una habitación. Sherman es un recién licenciado que quiere convertirse en escritor (a pesar de lo mal que escribe, todo hay que decirlo) y mientras tanto trabaja en una librería. Stephen da clases de historia tres día por semana y Jane, su novia, es dibujante de cómics. Ed, que fue a la universidad con Sherman y pretende hacerse dibujante de cómics, lo ayudará a mudarse. En una fiesta Sherman conocerá a una chica llamada Dorothy, escritora en una popular revista, y comenzarán un idilio amoroso. Por su parte, Ed comenzará a trabajar de ayudante para un viejo dibujante que fue estafado por la editorial de cómics más importante y le ayudará en una batalla mediática contra ellos, en el transcurso de la cual conocerá a Hildy, a la que no se atreverá a pedir una cita.

Este es más o menos el planteamiento con el que se inicia la historia de Malas ventas. A partir de ahí, argumentalmente, es obvio que lo que nos encontraremos será una amalgama de situaciones cotidianas como las que pueden darse en la vida de cualquier persona. Pero es que el cómic no pretende ofrecernos una historia impactante, sino más bien una serie de personajes para que nos identifiquemos con ellos (o no lo hagamos). Un detalle curioso es que, si bien Sherman se presenta desde un principio como el protagonista de la historia, lo hace en parte como un truco narrativo (ya bastante manido), en parte porque resulta más sencillo que un solo personaje lleve el peso de la historia. En realidad la novela no trata sobre él, sino sobre las vidas de todos los personajes mencionados en ese período de tiempo. Las situaciones se sucederán unas a otras, y veremos como muchas de ellas no afectan a Sherman, por lo que, conforme avance el relato, lo iremos desechando como protagonista en favor de Ed, que irá adquiriendo un protagonismo cada vez mayor y que finalmente se acabará revelando como el narrador de la historia. Pero ninguno de los personajes destaca realmente sobre los demás y ninguno es tampoco idealizado, todos tienes sus elementos negativos y positivos, lo que los mantiene en el plano de la realidad y provoca que el proceso identificativo del lector no se dé con ninguno de ellos en concreto, sino que cada lector puede escoger a su "héroe".

Resulta chocante también cierto rencor que Robinson parece tener contra el mundo de la literatura. De sobra es conocido que hasta hace bien poco el mundo del cómic no era considerado como literatura seria, y todavía no lo consideran así muchas personas. Esto parece molestar sobremanera al autor, y para explicarlo avisaré que a partir de aquí debo desvelar el final de la historia. Por un lado tenemos a Sherman y a Dorothy, escritores del "mundo serio". Del primero sabemos por los muchos fragmentos que leemos a lo largo de la novela que no tiene ningún talento aunque él no parezca darse cuenta y de la segunda que perderá su trabajo y nunca más volverá a encontrar otro en el que pueda escribir, no siendo felices al final ninguno de los dos en su vida en común. Al contrario les sucede a Jane y a Ed, pues los dos acabarán publicando y prosperando en el mundo del cómic, con la consiguiente felicidad familiar. Parece este final una especie de venganza contra ese mundo literario que relega los cómics al desierto de los objetos sin importancia. Además, durante la novela entraremos varias veces en el librería en la que Sherman trabaja, lugar siempre opresivo, lleno de libros y cultura de la que nadie parece saber nada; todos los clientes compran a ciegas, sin saber muy bien qué, como seres analfabetos que se han perdido y nadie entiende cómo han llegado hasta ahí. Sin embargo la tienda de cómics es un lugar agradable donde pasar ratos libres, encontrar cosas que les gustan y lleno de gente qué sabe lo que ha ido a buscar. Parece, como digo, una venganza del mundo del cómic contra el de la literatura "seria". Esta madurez alcanzada por el cómic se hace presente en la batalla que Flavor, el jefe de Ed, lleva a cabo para recuperar los derechos del personaje que creó hace años, y que presenta un pasado infantil, frente a un presente más adulto representado en los nuevos valores que constituyen Jane y Ed.

Toda la historia está muy bien llevada y en ningún momento se hace larga ni pesada a pesar de sus 600 páginas, si bien es cierto que en su afán por desarrollar todos los personajes por separado, en ocasión damos con escenas sobrantes, incluso teniendo en cuenta que estamos en una historia en la que prima la diversidad más que otra cosa.

11/4/10

Los mares de Wang


GABI MARTÍNEZ, Los mares de Wang

No sorprende por su calidad literaria (de hecho, tiene un par de detalles que no terminan de convencerme) ni tampoco pretende (o no lo parece) ser una narración novelística, aunque en ocasiones invada los terrenos del género. Sin embargo resulta una lectura muy interesante y a todas luces recomendable.

Si bien se trata de un libro de viajes, no participa demasiado de la literatura de ese género, aunque conserve sus esquemas. Así, en unos capítulos divididos por ciudades (cada capítulo una ciudad), al principio de cada uno se nos hace una descripción del lugar sembrada por detalles de su historia y sus costumbres (al más puro estilo de César), sentencias del Yijing y enseñanzas de Confucio, amén de los ineludibles contrastes con las pretensiones de Mao Zedong.

El problema viene dado por la estructura novelística que en principio parece plantear el libro, y que será traicionada allá por la página 200. Me explico (y al hacerlo advierto que esto podría constituir un spoiler, así que quien no quiera saberlo mejor que salte al párrafo siguiente). Cuando la narración comienza se nos avisa veladamente de que vamos a asistir a la evolución de la relación entre los dos protagonistas, Gabi y Wang, relación que viene reforzada por el propio título del libro. Sin embargo pronto asistiremos a la ya clásica (o más bien manida) revelación del engaño: Wang desaparece de escena y todavía nos quedan más de 300 páginas por delante. Es esa artimaña la que nos puede hacer decaer en la lectura, pues de repente tenemos entre manos una historia que no es la que esperábamos, y lo peor es que es un truco que en este caso resultaba del todo innecesario pues todas las espectativas puestas en el relato venían dadas por su engañoso título y las pretensiones narrativas insinuadas en su comienzo. Sin embargo la historia continúa de manera que nos resulta bastante sencillo olvidar al guía que da título al libro.

Por lo demás se hace un retrato que resulta más que interesante de la sociedad china, revelando un choque constante con la occidental que queda todavía más evidenciado cuando aparecen personajes occidentales en el relato. Estos relatan su vida allí, describiendo las costumbres locales (hay que tener en cuenta que la mayoría de ellos habitan en Shanghai, Hong Kong y Macao) y agigantando las diferencias con sus países de origen. La parte más interesante viene dada por las descripciones que hacen que las ciudades cobren vida, convirtiéndose en las verdaderas protagonistas, y como en algunas de ellas aparecen personajes que cuentan bien sus vidas, bien sus peripecias actuales y que constituyen toda una serie de cuentos que riegan la “novela”.

No sabría si recomendarla por la aproximación a esa cultura que va a constituir casi con seguridad el centro de nuestro ya no muy lejano futuro económico, por la información que nos ofrece también de la historia china en muchas ocasiones, por los constrastes tan estudiados en las aclaraciones de muchos aspectos de su política, o porque constituye una colección de relatos interesantísima, que muestra cómo el entorno se va occidentalizando cada vez más conforme se avanza hacia el sur.

6/4/10

Tierra de sueños


JIRO TANIGUCHI, Tierra de sueños

Jiro Taniguchi parece obsesionado con regresar al pasado, pero no como dijera Manrique porque "cualquiera tiempo pasado fue mejor", porque el pasado que reclama es un tiempo duro para sus habitantes, en el que había que esforzarse en extremo muchas veces para no cumplir los objetivos marcados. Ya vimos en El almanaque de mi padre cómo el esfuerzo de un padre no le sirve para recuperar el amor de su hijo en toda su vida, o en el tercer título de La época de Botchan cómo el joven escritor Takuboku no consigue jamás salir de la situación de miseria en se se encuentra (acentuado en este caso porque quienes conocen la vida del novelista ya saben de antemano el resultado final de sus fútiles esfuerzos). Pero a pesar de todas sus complicaciones, lo que caracteriza el pasado de Taniguchi es la calma, eso es lo que él parece reclamar. Ese concepto parece haber casi desaparecido de la sociedad actual, hasta tal punto que nos topamos sin el más leve asombro con anuncios sobre cursos de relajación y cosas por el estilo, síntoma inequívoco de que el concepto de la vida relajada que hace siglos propusiera Fray Luis de León ha sido barrido de nuestro modo de vida. Vivimos en una frenética carrera por el éxito, por subir el siguiente peldaño. No existe el concepto de ganarse la vida, sino el de prosperar. Y aunque no caigamos en el juego del éxito la sociedad de consumo parece atraparnos sin remedio en una suerte de desquiciada carrera de posesiones personales, como si nos halláramos en medio de una guerra fría que nos enfrentara a cada uno de nosotros a todo el resto de la humanidad. Los personajes de Taniguchi no buscan el éxito, sino que lo aceptan cuando llega (si llega), a veces incluso de manera traumática, y el único (que yo haya visto hasta la fecha) que lo busca, Takuboku, está condenado a pagar por ello.

Las relaciones familiares parecen también tener un lugar preeminente en la obra de Taniguchi. El título que nos ocupa se compone de cinco relatos: Tener un perro, Y... tener un gato, La vista del jardín, Los días de los tres y La tierra prometida, y como he dicho la relación entre los miembros de la familia es la que articula los relatos, mostrando cada uno de ellos una situación tan habitual como diferente. En ellos los animales domésticos aparecen retratados como miembros de la familia en lo que se transforma en una especie de crítica social contra una sociedad que cosifica a las personas. Las encrucijadas en las que los protagonistas se encuentran con respecto a sus mascotas pueden ser fácilmente extrapoladas a las que tarde o temprano todos encontramos en el seno de nuestras familias y ante las que no siempre actuamos con tanta humanidad como la que aquí encontramos. En el primero de los relatos asistimos a la enfermedad y muerte de un miembro de la familia (sí, el perro), con todos los sacrificios olvidados que eso supone. En Y... tener un gato quedan de relieve los sentimientos encontrados ante la llegada de un nuevo miembro a la familia, por medio de una especie de adopción esta vez. En La vista del jardín la familia crece y, al mismo tiempo que se sigue humanizando a las mascotas, se las trata como tales, al enfrentarse al problema de tener que separar a los gatitos de la camada que acaba de nacer, entrando así en una especie de lucha entre la lógica y los sentimientos, con la victoria de estos últimos en contra de lo que tantas veces sucede en la actualidad. A partir del penúltimo relato las mascotas son dejadas a parte para mostrar ya sin metáforas de ningún tipo la importancia y complejidad de los lazos familiares y afectivos frente a las aspiraciones personales, tema que se repetirá en el último relato del tomo.

El conjunto de los relatos tienen una capacidad casi sedante al introducirnos en un mundo tan habitual como desconocido debido a la humanidad que todo destila en él. El tomo es muy breve, pero aún así y todo para leer con calma, sin prisas, olvidándose de la siguiente lectura y quedándonos sin fecha de partida en esta porque, de lo contrario, estaríamos traicionando el espíritu de esta pequeña joya, una de tantas a las que Taniguchi nos tiene habituados.

19/3/10

Los negros del traductor


CLAUDE BLETON, Los negros del traductor

Dos borrachos, hombre y mujer, conversan bajo un puente parisiense y, ante la respuesta afirmativa de ella, él comienza un curioso relato de sus vida, en el que primará la experiencia literaria que su trayectoria como traductor le ha brindado.

Así comienza una novela que, según avancen sus páginas, se irá convirtiendo en un fresco del mundo de la literatura y en una reflexión sobre los métodos de traducción y la figura del propio traductor. Nos adentramos pues, con cierto miedo, en el mundo de la metaliteratura, en un experimento similar al que Eliyahu Goldratt nos propuso hace años con La meta, y que tan flojo resultó a nivel literario, contando entre sus hallazgos con comparaciones tan infantiles como aquella entre un grupo de boy-scouts y una organización empresarial.

Pero salvando las distancias con aquel experimento literario, el que ahora tenemos entre manos resulta mucho más interesante. Las primeras páginas nos relatan el inicio de la vida de nuestro protagonista, Aaron Janvier, y de su incursión en la alta sociedad, y resultarán un tanto tediosas para aquellos desconocedores de la literatura europea en general y de la española en particular. Se trata de unas cuarenta páginas llenas de referencias a obras, autores y costumbres muy presentes en el mundo literario subpirenaico, pero pronunciadas de manera velada, lo que puede desembocar en el abandono del lector antes de llegar al verdadero asunto que trata la novela.

Y es que ese verdadero asunto es, no tanto el mundo de la literatura en el que ya se nos ha sumergido, sino el de la traducción. Aaron comienza su periplo editorial realizando unas traducciones, digamos bastante libres, en las que lo que prima no es la fidelidad al original, sino esa prostitución por la cual se le da al lector de la lengua de destino lo que busca, y que por lo tanto hará crecer las ventas, muy al estilo de las "traducciones" del siglo XIX. Aquí comienza esa discusión sobre si debe primar la labor del traductor casi por encima de la del autor, o si por el contrario aquel debe ser una figura casi invisible, pues no olvidemos que en toda traducción lo que nosotros leemos no son las palabras elegidas por el propio autor, sino las que su traductor ha considerado las más adecuadas para nosotros.

Más adelante, y siguiendo en la misma línea, Aaron se convertirá en autor de sus propias traducciones, suprimiendo de ese modo la molestia de tener que doblegarse ante un autor, y obligándonos a preguntarnos, por ejemplo, hasta qué punto es importante Shakespeare en Romeo y Julieta cuando la leemos en español, pues ni su poética, ni sus palabras ni, muchas veces, su retórica son lo que tenemos en nuestras manos. De esa manera él se convertirá en el artífice absoluto de sus traducciones, que llevará a cabo sin la necesidad de ningún original, que deberá ser escrito a posteriori por un autor desconocido de su elección dispuesto a doblegarse a sus exigencias. Pero esa estratagema no podrá durar eternamente, pues cuando él cree que se ha librado de la tiranía del autor original, lo que realmente sucede es que se ha puesto en sus manos. Es en ese momento cuando las preocupaciones literarias desaparecen de la novela y comienza una trama policíaca que no llega a resolverse jamás después de haber sido cuidadosamente planteada, tal como ocurriera en Travesía del horizonte, de Javier Marías.

Cuando uno de sus "autores" se rebela contra él, Aaron teme que delate sus falsas traducciones y acabe así con su carrera y decide eliminarlo. Tiene éxito y eso provoca una serie de asesinatos, en los que irán cayendo todos aquellos que no acaten con sumisión las exigencias del traductor: la eliminación del autor ha pasado a ser algo físico y real. Esta sangría continuará hasta que un policía jubilado descubra la hecatombe producida entre los literatos españoles, todos ellos unidos por un único traductor.

Por otro lado la novela se ve salpicada por las tramas de todas las novelas que Aaron va "traduciendo". Tramas estas que son tomadas de forma cómica por lo exagerado, pero que resultan de lo más clarividente, extrapolables a una sociedad con un terrible gusto por lo imposible pero que no parece ser capaz de identificarse a sí misma cuando se ve reflejada.

Si algo hay cierto sobre esta novela, es que resulta una experiencia cuando menos interesante y que no nos permitirá volver a acercarnos de forma inocente a un libro traducido, martilleándonos con la incesante pregunta de a quién estamos leyendo realmente, si a Shakespeare o a su traductor.

13/3/10

Tu rostro mañana


JAVIER MARÍAS, Tu rostro mañana

Parecía que Mañana en la batalla piensa en mí se había erigido como la mejor novela de Javier Marías y que ninguna otra iba a desbancarla de ese puesto, y de hecho hemos tenido que esperar bastante a que eso sucediera, con la aparición de la descomunal Tu rostro mañana, en la que Marías vuelve a echar mano de una frase de Shakespeare para su título. En ella se narra un nuevo capítulo en la vida de Jacobo, Jaime o Jacques Deza, personaje que ya nos había acompañado en anteriores novelas del autor. Tupra, un oscuro hombre inglés, conoce a Deza en una de las fiestas que acostumbra a dar el amigo de ambos, Sir Peter Wheeler. En ese momento Tupra se dará cuenta de que Jaime posee la extraña habilidad de saber hoy cómo serán mañana los rostros de las personas, es decir, que es capaz de averiguar cómo se comportaría cada persona en diferentes circunstancias. Como muy bien explica Tupra, una persona es buena porque su vida le ha permitido serlo, pero, ¿seguiría siéndolo si se viera involucrada, por ejemplo, en una guerra? Por este motivo lo contrata para formar parte del MI6 como"lector de personas", un lector capaz de saber cómo terminará el libro saltándose las páginas intermedias.

De esta manera Marías sigue indagando en las relaciones interpersonales y en el comportamiento social, convirtiendo a Jaime Deza en una especie de alter ego de sí mismo, salvando siempre las distancias literarias, claro está. Marías siempre ha cargado sus tintas contra aquellos franquistas que una vez llegada la democracia parece que siempre fueron demócratas, y argumentan, algunos de ellos, que en aquella época había que actuar como actuaron para salvar el propio pellejo. Él siempre expone como contrapartida a su padre Julián, cuyo "rostro" continuó siendo el mismo a pesar de las vicisitudes, mientras que el de aquellos cambió. Pero a Marías parecen haberle entrado dudas sobre su propio "rostro", que a pesar de haberse mantenido íntegro hasta ahora, lo ha hecho sin vicisitudes que pudieran provocar ese cambio. Y ese influjo externo aparece para Jaime Deza a lo largo de las páginas que nos ocupan, y logra hacer mella en él, motivo por el cual Tupra, también excelente "lector de personas", lo había elegido para el trabajo: quería no a Jacobo, sino al tipo en el que se convertiría.

El padre de Jaime resulta ser un alter ego casi perfecto de Julián Marías, un tipo que sufrió la violencia de la Guerra Civil, la de la posguerra y que incluso fue denunciado por su mejor amigo, pero que nunca permitió que su integridad se viera afectada. Jaime está familiarizado con esas historias de violencia, la ha oído muchas veces, pero nunca las ha vivido. No, al menos, hasta entrar a las órdenes de Tupra. Entonces sus transformación para por dos fases. En una primera se ve envuelto en una violenta paliza contra un compatriota suyo, y no participa pero tampoco la detiene. Su firme actitud social se ve mellada y queda sin argumentos para defenderla, dando un giro a sus convicciones: no nos volvemos violentos cuando las circunstancias nos obligan, sino que lo somos y sólo las circunstancias sociales nos mantienen apaciguados. Y pone vívidos ejemplos del franquismo y el nazismo: las circunstancias sociales se lo permitieron y se volvieron monstruos.

En la segunda fase él mismo es el artífice de esa violencia, pero no una violencia repentina, sino calculada en cada uno de sus pasos, con un nivel de amenaza creciente destinado a provocar el terror en su víctima. Así, Jaime se descubre tal como es y tal como "sería si...", y Javier Marías parece confesar que no, él no es tan bueno como su padre, pero es capaz de afrontarlo y responder por ello, cosa de la que tantos hoy en día escapan.

9/3/10

Joyas literarias juveniles


Joyas literarias juveniles, tomo 21

Recientemente un amigo me ha regalado una edición moderna de aquellos cómics que en nuestra infancia (y en épocas anteriores a ella) se hacían de grandes clásicos de la literatura para acercar a los niños a ellos. Hoy ese concepto, por desgracia, parece ya no existir, en favor de una exagerada proliferación de novela pseudoinfantil que parece buscar, más que la formación de un criterio cultural, una simple cifra de ventas. De verdad creo que Michael Ende es el último gran novelista para niños, Miguel Delibes en el caso de España (todos los niños deberían leer Tres pájaros de cuenta).

Lo bueno de aquellos cómics es que nos acercaban las grandes historias que había producido el ingenio humano, pero en una clave que nos resultaba mucho más cercana a nuestra aún corta edad. El paso del tiempo se encargaría después de que los recordáramos con nostalgia y quisiéramos acercarnos al texto original.

Y este obsequio fue doblemente interesante, pues no sólo trajo de vuelta a mis manos aquella época, sino que además el volumen traía consigo tres títulos que jamás he leído, ni en su versión comiquera ni novelística. El primero de ellos Enrique de Lagardère (El jorobado, en su título original) de Paul Féval, sí que era un viejo conocido por sus versiones cinematográficas, la última de las cuales, si mal no recuerdo se titulaba En guardia y se anunciaba con la frase "si tu no vas a Lagardère, Lagardére irá a ti". Lord Jim de Joseph Conrad y Las aventuras del Barón de Münchausen son los otros dos títulos que completan el tomo. En ellos la historia queda despojada de cualquier cosa que no sea la pura aventura, que es lo que atrae al niño, pero así debe ser: eso aviva su imaginación y lo predispone al descubrimiento, a la búsqueda, más sosegada esta vez, de las obras originales y de todo el mundo literario y cultural que se desprende de ellas.

Como contrapartida, hay que admitir que el dibujo de estos cómics no ha envejecido demasiado bien y necesita un urgente lavado de cara, porque esas viñetas de aspecto antiguo y tan rígidas lo tienen difícil para atraer a un público que está acostumbrado, en la actualidad, a algo mucho más dinámico. Estaría bien que alguna editorial se dedicara a reescribir en clave de cómic a los grandes clásicos, tal como se hizo entonces, actualizando su estética, de la misma manera que que se hace en el cine. Porque al público infantil hay que ofrecerle, no exigirle, lo que me hace pensar en lo infantiles que nos hemos vuelto como público cinematográfico.

27/2/10

Ojos azules


ARTURO PÉREZ-REVERTE, Ojos azules

Esta reseña constituye un spoiler en toda regla, aunque no importa mucho, pues la lectura del cuento en cuestión no ocupa más de veinte minutos, lo cual no deja muy amplio margen para el suspense.

Arturo Pérez-Reverte parece haber perdido el norte, o al menos eso es lo que se desprende de algunas de sus últimas novelas. El problema no es tanto que Reverte escriba mal, que no lo hace, sino que da la sensación de no distinguir entre cuando escribe una columna y cuando escribe una novela. Me explico. Reverte siempre ha alardeado en sus columnas de cierta irreverencia que le confería un humor ácido con el que nos ha atrapado a muchos, pero últimamente se empeña en trasladar eso a su ficción, cuando lo que ahí buscamos los lectores no es una lección de carácter castizo, sino una historia bien orquestada, con unos personajes bien desarrollados y, por supuesto, divertida. En resumen: no queremos al Pérez-Reverte graciosete, sino al Pérez-Reverte novelista, que sabemos que es capaz de cosas mucho mejores, como ya demostró en El húsar, El club Dumas o las dos primeras entregas de El capitán Alatriste.

Y Ojos azules peca de esa columnización de sus novelas. En ella el ejército español llega a América y conquista aquello con mucha mala leche y mucha sangre. Entonces un soldado se tira a una india para calmar sus instintos animales. La india se queda preñada y él no sabe qué hacer, porque claro, a fin de cuentas ella sólo es una bestia con cuerpo de mujer, y él es un hombre, además español, miembro del ejército más poderoso de la tierra y que Dios ha bendecido, que eso viste mucho. ¿Cómo se va a mezclar alguien como él con alguien como ella? (Por favor, no vean aquí alegoría de un alegato contra el racismo, que no la hay, sino autobombo del "yo soy muy leído") Pero no pasa nada, porque como hay que seguir guerreando, al pobre se lo cargan los indígenas en otra batalla, ir tan lejos para buscar riquezas y encontrar la muerte, irónico destino, y se acabaron las preocupaciones. La india que, cómo no, estaba perdidamente enamorada (ella parece que no sufre el estigma de la acomplejada moral española), se queda sola y marcada por llevar el fruto del invasor en su vientre, y sólo es capaz de preguntarse si su hijo tendrá lo ojos azules, igual que el padre.

Supongo que después de tal desaguisado nos esperará una segunda parte en la que Ojos Azules Jr. habrá crecido y será un miembro integrado de la tribu que enfrentará y derrotará heroicamente al ejército español cuando regrese. Creo que eso ya lo he visto en alguna otra parte.

25/2/10

Milagros de Nuestra Señora


GONZALO DE BERCEO, Milagros de Nuestra Señora

Nunca había leído realmente este libro, aunque han sido varias las veces que he fingido haberlo hecho (¡Qué remedio! Era materia de examen). El problema era que siempre me había enfrentado a él como a un libro religioso, cuando en realidad hay que afrontarlo como una colección de cuentos. Bien es cierto que con una temática que gira en torno a la Virgen, pero no se trata de un catequismo, son cuentos. En ellos la Virgen salva, premia y castiga dependiendo de las acciones cristianas de los protagonistas, pero también en la novela del XVIII la sociedad premia o castiga dependiendo del civismo de sus protagonistas, y en el Romanticismo es el destino el que se encarga de ello.

Pero un milagro me ha llamado la atención por encima de los demás, pues supone una pequeña novela en sí mismo: La deuda pagada. En él, un hombre acomodado ve menguar su fortuna hasta casi extinguirse, y pide un préstamo a un judío, dejando como fiadora a la virgen del lugar, que será raptada por el judío en el caso de no pagarse la deuda en el tiempo estipulado. Tras esto el mercader viaja al extranjero para rehacer su fortuna y, el día anterior al vencimiento del plazo, con su fortuna restaurada y ante la imposibilidad de regresar a su tierra para pagar la deuda, coloca el pago en la orilla del mar y reza a la Virgen para que las olas lo lleven a casa del judío y todo quede en orden. Todo saldrá bien, aunque el judío no acusará el pago y será la propia Virgen quien tenga que desmentir el embuste para que el estafador reciba su merecido.

Aquí se me hace imposible no preguntarme si realmente estamos ante un procedimiento "deus ex machina", pues la Virgen forma parte activa no sólo de esta historia, sino también de todas las anteriores. No sólo aparece como elemento final de salvación, sino que los actos de los protagonistas están ordenados en torno a ella; ella es el eje en torno al cual gira todo. Por otro lado sí que es tratada como un factor externo por parte de esos protagonistas, pues recurren a ella cuando se ven en apuros y en raras ocasiones parecen llevar una vida de devoción.

Pero lo realmente interesante es cómo orquesta la enseñanza religiosa alrededor de lo que son auténticos relatos de aventuras, en ocasiones más cercanos a la evasión que al adoctrinamiento.