1/12/10

El maestro de esgrima


ARTURO PÉREZ-REVERTE, El maestro de esgrima

Ha sido una grata experiencia el redescubrir por qué Pérez-Reverte, en mi memoria, era un gran novelista. Siempre digo que sus últimas novelas adolecen de una preocupante columnización, con mucho insulto rimbombante y mucha frasecilla ingeniosa, pero sin un discurrir de una historia al que agarrarse. Para mí el principio del fin lo supuso La carta esférica, que si bien no muestra esto que acabo de decir, es el primer paso para que ese repetido personaje suyo curtido en mil batallas comenzara a convertirse en una caricatura de sí mismo, defecto que alcanza su plenitud en El pintor de batallas, y que ha terminado por alcanzar, en sus últimas novelas, al Capitán Alatriste, e incluso al propio Reverte, traspasando las barreras del papel. Por otro lado, con el reino de la frasecilla ingeniosa y más bien ninguna historia que contar yo me di de bruces en Cabo Trafalgar (aunque ya apuntaba maneras en El sol de Breda). Advierto que no he leído ni Un día de cólera ni El asalto, al menos no de momento, porque temo encontrar ahí más de lo mismo.

Así que entenderán mi sorpresa al leer, por fin, una novela como esta de manos de su autor. Lo primero que asombra, y más en el cúmulo de despropósitos que suele ser a este respecto la novela actual (hablo de la consabida por todos, pues, por fortuna, sigue habiendo grandes narradores), es que en El maestro de esgrima nada sobra, cada frase tiene su razón de ser en la historia, lo que hace que el lector pueda, si lee con atención, ir figurándose cómo acabará la aventura, aunque manteniendo la obligatoria sombra de duda para no sacrificar los debidos tensión y misterio. También las tertulias políticas del café, que al principio parecen molestarnos pues entorpecen la narración de la historia del maestro y su pupila, que es lo que nos interesa, son necesarias para dar cabida a lo que surgirá cuando el marco de la historia se habra. A Javier Marías, soberano al que sirve el "Duke of Corso", siempre le han preguntado, debido al complejísimo discurso literario de sus novelas, si tiene un esquema preciso que seguir de toda la novela antes de comenzar a escribirla, a lo que él siempre responde que nunca escribiría una novela en la que ya supiera todo lo que va a ocurrir, pues eso sería aburridísimo (ya lo hizo una vez con un cuento, asegura, y deseaba acabarlo lo antes posible pues no le gustó nada la experiencia). Reverte en ocasiones ha sugerido cosas parecidas, aunque resulta difícil creer que, en el caso que nos ocupa, no conociera al menos el final de su historia para poder orquestarlo todo a su alrededor con tanta eficacia. Incluso, sin renunciar a este mecanismo casi de relojería, se permite el lujo de ir dejándonos reflexiones sobre la época que nos ha tocado vivir.

Jaime Astarloa es el solitario protagonista de esta a ventura y, a pesar de parecer sacado de otra época (incluso para la narrada en la novela), con todas las virtudes que hoy en día serían vistas como defectos, consigue arrancar nuestras simpatías. Sobre todo porque se contrasta perfectamente con el resto de personajes, pertenecientes todos a una sociedad corrupta en al que la política no pasa de ser una profusa palabrería para lucrarse (¿les suena de algo?), y donde incluso el que tiene los ideales más nobles (sangrientos pero nobles, al fin y al cabo) es de inmediato corrompido al más mínimo contacto con el poder. Y claro, ante este panorama la otra opción es identificarse con esa corrupta clase política, cosa que a nadie agrada, sobre todo en este preciso momento en el que ese discurso vuelve a ser tan actual, sin distinguir clases ni colores.

Por otro lado, el aspecto negativo está (como siempre) en el personaje femenino que sirve de contrapunto al protagonista, construido una vez más a base de tópicos y del todo vacío de contenido: hermosa, misteriosa y malvada. Lo hemos visto antes con el nombre de Angélica de Alquézar, Tánger Soto o Teresa Mendoza. Realmente es lo único que le falta a esta novela para ser del todo redonda. ¡Ah! Y en la solapa sale la foto de Reverte afeitado y con gafas, que siempre viste más que ese académico barbudo que se ha colado en sus últimas novelas.

17/11/10

El mágico aprendiz


LUIS LANDERO, El mágico aprendiz

El mágico aprendiz resulta una casi hipnótica novela para aquellos que gustan de las habilidades narrativas de Luis Landero. En ella, Matías Moro, un oficinista madrileño, apocado y sin más ambiciones que terminar cada tarde su jornada laboral para regresar a su casa y ver desde su sofá las películas que se emiten en la tele, se ve envuelto en una serie de sucesos que lo superan. En una noche de insomnio en la que sale a comprar tabaco conocerá, debido a un crimen sucedido en ese momento en un edificio situado en su trayecto al bar, a sus inquilinos olvidados por el mundo y, entre ellos, se enamorará de una joven llamada Martina. En un segundo momento, iniciará un negocio con el fin de sacar de su mala vida a aquellas personas y, de paso, conquistar a Martina con sus nuevas virtudes de hombre de negocios.

Matías parece una especie de alter ego del protagonista de la primera novela de Landero: Gregorio Olías, alias Faroni. Si Gregorio era un oficinista sin futuro, un tanto apesadumbrado por los sueños de grandeza que nunca había llevado a cabo, Matías en cambio nunca tuvo esos sueños, aunque en ocasiones se vea acosado por el fantasma de lo que pudo haber sido; es más, cuando tiene la posibilidad de conseguir algo grande, se descubre a sí mismo suspirando por la tranquilidad que siempre ha tenido su vida.

Todo este panorama trágico está representado con un humor constante que se sirve del ridículo de las situaciones planteadas y de lo absurdo de los procesos mentales con los que el protagonista juzga todo lo que lo rodea. En realidad todo el problema que envuelve a Matías con respecto a Martina y a los habitantes de aquel ruinoso edificio existe tan sólo en su cabeza, y en ella se va desarrollando mediante razonamientos que rozan lo absurdo y que nos hacen asistir, como lectores, a una historia sin historia, que en su segunda parte desembocará, por la incapacidad del protagonista para ponerle freno, en la aventura empresarial. Algo parecido a lo que ya sucedía en Juegos de la edad tardía, aunque si bien allí se partía de cierto desasosiego para llegar a una especie de paz después del embrollo, aquí se parte de la relativa paz para encaminarse hacia la tragedia. Porque estamos ante una tragedia (en ningún momento de la lectura hay dudas con respecto a ello). Escrita en clave de comedia pero una tragedia a fin de cuentas, en la que unos personajes apocados se enfrentan a su destino social, buscando ascender pero sin lograrlo, algo así como un grupo de “buscones”, pero que en este caso gozan de nuestra simpatía en lugar de padecer nuestra mirada burlona como sucedía en la obra de Quevedo, en la que Pablos aparecía como un ser malicioso que trataba de corromper el sistema. Y, como sucedía en la novela del XVII, chocarán con el orden establecido que no les dejará alcanzar sus objetivos, aunque en este caso sea ese orden el corrupto.

La novela sin embargo, a pesar de su calidad, resulta pesada en ocasiones, pues todo cuanto sucede en ella es excesivamente razonado. Quizá ese sea el único defecto que pueda achacársele: Landero se ha deleitado tanto en su excelente prosa que a veces exige demasiada atención por parte de su lector, ofreciéndonos una novela más densa, en lo que a retórica se refiere, de lo que acostumbra e igualmente brillante.

8/11/10

La tesis de Nancy


RAMÓN J. SENDER, La tesis de Nancy

Ha resultado extraño leer este libro en las circunstancias en las que me encuentro, y más extraño resultará decir algo sobre él. Nancy es una tesinanda de viaje por Andalucía, puesto que el tema de su tesis es algo así como la cultura española. A lo largo de su viaje iniciático por el misterioso mundo ibérico irá recopilando información y juzgándola para que sea entendida por sus compatriotas californianos. Huelga decir que la mayoría de sus juicios serán del todo erróneos, tanto en lo que se refiere a los aspectos culturales como a los lingüísticos, y aquí es donde yo me he sentido un poco como Nancy, pues eso es lo que yo vengo haciendo en mi otro blog, hablar someramente de lo que voy viendo en mi periplo por la China. Cierto es que yo no toco apenas los aspectos culturales, sino los de una índole social de tipo más universal, pero eso no impide que en ocasiones me pregunte cuántos errores estaré cometiendo y si no debería comedirme más de vez en cuando. Eso es precisamente lo que no hace Nancy, que se describe a sí misma como una mujer de mundo y que no duda en pasar todo aquello que ve por su prisma de mujer estadounidense que, cree, le otorga una visión más correcta del mundo. Corrección a todas luces falsa, pues ella misma aplica mal sus propios conocimientos, como sucede cuando echa en cara a un andaluz hablar de los Estados Unidos como si todo el país fuera Nueva York, pues ella vive en California, que es tan calurosa como Andalucía, mientras sólo visita Andalucía y aplica lo que ve a toda España (el tópico más desgastado de nuestro país, por otro lado).

Nunca se me había ocurrido leer este libro en particular, pero llegó a mis manos por ser uno de los que recomiendan en el Magister de Traducción de la Universidad Complutense de Madrid, y me picó la curiosidad. En realidad la novela es todo un compendio de equívocos lingüísticos de diverso tipo, agravados por el particular español andaluz. Así pues, Nancy se topa con palabras del todo desconocidas para ella, cuyo significado decide desvelar por su cuenta o incluso inventar basándose en supuestos conocimientos anteriores, dando lugar a auténticos monstruos bicéfalos del lenguaje; o se topa con homonimias producidas por la pronunciación andaluza a las que da explicaciones descabelladas (un caso especialmente gracioso es cuando Nancy oye a los hombres llamar a las mujeres “mi arma” y hace toda una teoría sobre la importancia de las armas para los hombres, sobre todo las navajas, en la sociedad española, y el gran halago que supone para una mujer el que uno de ellos la compare con estos instrumentos bélicos, cosa que también relaciona con la peligrosidad de las féminas locales y el gusto por el riesgo de los varones); o toma por su sentido literal construcciones comunes en la fraseología española (también bastante gracioso el momento en que oye a su novio decir a otro gitano que él no se casará con ella porque cuando la conoció no tenía su flor, y Nancy “comprende” por qué todas las gitanas salen a la calle con una flor en el pelo, no vaya a ser que justo el día que no la llevan conozcan al hombre de su vida y no puedan casarse con él por ese descuido, la fuerza de las tradiciones).

Pero no sólo del soberbio desconocimiento estadounidense del mundo hace burla Sender en esta novela, sino también, y con mucho más hincapié del que acostumbramos a reconocer al leerla, de la incultura y la autosuficiencia españolas. Es curioso como casi todo lector español de esta novela suelta su carcajada frente a la inocencia de Nancy, pero no tantos frente a los mismos errores cometidos por los españoles. Sí, es cierto que tales errores son cometidos siempre por gitanos y andaluces de bajo nivel social, y quienes no pertenecemos a ese nivel de la sociedad nos sentimos extrañamente a salvo de la sátira, pero no es menos cierto que Nancy es una señorita californiana educada para tener unos estudios superiores y abandonarlos para casarse, algo también muy localizado en los Estados Unidos de la época y nosotros, lectores españoles, ampliamos su situación a todo el país sin ningún cargo de conciencia. Así pues, mientras nos burlamos en nuestro interior de toda la serie de tópicos que la protagonista desgrana sobre nuestro país, asistimos impertérritos a los que el resto de personajes lanza sobre la patria de ella. Y si bien somos capaces de ver dibujado en ella (la jovencita californiana) un esquema de toda la sociedad norteamericana, no lo somos tanto de ver en los gitanos andaluces el de toda la sociedad española, leyendo ciegos una burla hacia nosotros mismos, como tantas veces ha sucedido con tantos grupos sociales ciegos de ignorancia, el último que recuerdo, el de los jóvenes neonazis que querían participar como extras soldados en la película alemana sobre su Führer, El hundimiento.

Y a pesar de todo lo dicho, en medio de esa incultura española, aparece una cultura popular que parece extinta en nuestros días: personas que conocen las tradiciones, gente sin estudios capaces de recitar tiradas enteras de Don Juan Tenorio, no por haberlo leído sino por haberlo visto o escuchado, una velada vergüenza de la incultura en contra de la exhibición que de ella se hace hoy en día, un alarde de lo poco que se sabe en lugar de hacerlo de lo que no se sabe como hoy sucede, una búsqueda de algo de cultura, por poca que sea, en lugar de ese desprecio actual por cualquier cosa de la que se pueda aprender algo, el sólo hecho de asombrarse un mínimo ante lo que otros conocen y uno desconoce en vez del contemporáneo: eso no me interesa. Sí, Sender hace una velada burla de la incultura española sin tener ni idea de lo que se avecinaba después, una mucho más creciente y además jactanciosa y autosatisfecha.

2/11/10

De vuelta


Tras varios meses de obligada inactividad por el "no funcionamiento" de Blogger en la China, a partir de hoy trataremos de poner esto de nuevo en movimiento.

31/5/10

Tres vidas de santos

EDUARDO MENDOZA, Tres vidas de santos

No hay una verdadera unidad temática en los tres relatos que conforman el último título dado a las librerías por Eduardo Mendoza, así que resulta complicado escribir una única reseña que los abarque, por lo que optaré por la cobardía del camino fácil y les ofreceré una minireseña de cada uno de ellos.

En el primero, La ballena, el obispo Cachimba, que al final será llamado sólo Fulgencio, llega a Barcelona enviado por el obispado y se aloja en la casa de una familia pudiente. Más adelante se producirá un golpe de estado en su país de origen y la iglesia lo abandonará a su suerte, no haciéndose ya cargo de él. Todo el relato tiene cierto tono costumbrista y, al menos para mí, su prosa algo de hipnótico que no alcanzan los otros dos. Hace unos días le comenté a una amiga cómo Últimas tardes con Teresa creaba en mí la ilusión de recordar una Barcelona que en realidad nunca he conocido. No es la única novela con la que eso me sucede, son varios los autores que se han empeñado en mostrarnos esa Barcelona que creemos reconocer al leerla y que buscamos cuando la visitamos. Mendoza es uno de ellos y este primer relato participa en parte de esa ilusión. Así pues, conforme lee, uno no puede evitar buscar en su falsa memoria todos esos lugares en los que transcurre la acción, especialmente los del puerto de la ciudad, que la gente de mi edad ya no sabe muy bien dónde ubicar.

Pero no es esta representación nostálgica lo único que el relato ofrece. Mendoza hace una suerte de crítica de la iglesia que no llega a extender a todos sus miembros. Se trata de lo sucedido en tres momentos del relato: la estricta confesión de la tía Conchita, cuando ésta echa de casa a Fulgencio porque conoce sus "pecados" y cuando el obispado lo abandona. Aunque hablar de crítica a la iglesia no sería del todo justo aquí, sino más bien de denuncia de las falsas apariencias y la hipocresía, pues en similares faltas incurren también el resto de personajes sin que la religión esté en absoluto involucrada: el tío Víctor expulsa veladamente a Fulgencio de su casa cuando ya ningún prestigio le proporciona, la madre del protagonista (más bien del narrador, pues el protagonismo recae en el obispo) lo acoge con cierta desgana y casi todas las acciones llevadas a cabo por los personajes acaban revelándose de interés propio. Sólo Fulgencio parece evolucionar, sólo él da muestras de aprender de sus errores, de mejorar, de buscar el camino correcto para vivir. Él y el narrador, aunque este último lo hace por imitación del anterior, que se irá convirtiendo en algo así como su maestro en al vida.

El segundo cuento, El final de Dubslav, me resultó en cierta medida incómodo de leer, no conservé en él las ilusiones despertadas en el primero. En un principio lo achaqué a la ausencia de Barcelona en el relato (uno acaba adquiriendo la costumbre de asociar ciertos autores a ciertos temas), y hace un mes leí en algún sitio que la narración había sido totalmente despojada del nexo "que", lo que le daba cierta artificialidad. No pude resistirme a revisar sus páginas y, efectivamente: ni un solo "que" en todo el relato. Y era cierto, esa ausencia es la que lo vuelve artificial y de incómoda lectura. Aunque más allá de eso, El final de Dubslav tampoco resulta especialmente interesante. Todo él consiste en un viaje de realización personal para llegar a descubrir la futilidad del esfuerzo, algo ya tantas veces visto, en este caso en al piel de un hijo que trata de emular los éxitos de su madre y en eso se le va la vida. Todo este esfuerzo se resume en la siguiente frase clarividente, quizá la joya escondida en un cuento que no ha llegado a interesarme demasiado: "Antes de ser alcanzado, el éxito no existe, sólo es motivo de ansiedad; pero cuando llega es peor: después de obtenido, la vida no se detiene y el éxito la ensombrece; nadie puede repetir constantemente el éxito y al cabo de muy poco el éxito se convierte en una pesada carga; se necesita de nuevo, constantemente, pero ahora a sabiendas de su inutilidad."

El último relato, El malentendido, recupera la genialidad, o al menos el buen hacer al que Mendoza nos tiene acostumbrados, del primero. Una profesora de literatura comienza a dar clases en una cárcel. Uno de los reclusos se muestra aventajado y, cuando cumpla su condena, terminará por convertirse en escritor. Tal y como dice la solapa del libro, "es una profunda reflexión sobre la creación literaria", aunque yo diría que es más bien una burla de dicha creación. El autor se toma aquí el proceso de escritura de una manera bastante burlona. ¡Ojo! El autor, no el narrador, pues este último se lo toma muy en serio, lo cual acentúa ese punto humorístico. Dos son los protagonistas del relato: la profesora y el recluso. Aquella da una visión muy seria en la que la literatura es uno de los pilares culturales de la civilización. Éste se ve envuelto en el mundo novelístico por accidente y su visión es mucho más inocente, se siente un farsante en un mundo que todos parecen tomarse muy en serio excepto él. Ante este choque de actitudes, el lector no puede sino reírse ante la excesiva seriedad con la que se observa ese mundillo, aunque esa risa se vuelva amarga al cabo, pues ya no reconocemos la admiración por esos intelectuales en nuestro propio mundo.

Y después de todo esto, acabaré por el principio: el prólogo. En él, el autor nos advierte de que los relatos que componen Tres vidas de santos no son nuevos, sino que fueron escritos en tres momentos distintos de su carrera, en el mismo orden en el que aparecen en el volumen. Bien podría tratarse esto tan sólo de un juego literario, pero aunque así lo fuera refleja bastante bien la carrera que ha seguido Mendoza, desde sus inicios haciendo literatura de Barcelona (La verdad sobre el caso Savolta, La ciudad de los prodigios...), hasta una actualidad en la que el tema literario, aunque tratado de manera humorística, está muy presente en sus obras (El último trayecto de Horacio Dos, El asombroso viaje de Pomponio Flato...). A fin de cuentas no nos importa si es nuevo o no, mientras siga escribiendo.

16/5/10

Robin Hood


HOWARD PYLE, Las alegres aventuras de Robin Hood

Robin Hood vive oculto en los bosques de Sherwood desde que, siendo aún joven, mató uno de los ciervos del rey y se convirtió así en un proscrito. Desde que aquello sucediera, ciento cuarenta hombres más se han unido a sus alegres proscritos. Ocultos entre los árboles roban las dos terceras partes de su cargamento a todo aquel que se enriquece con métodos poco honestos y pasa por el camino del bosque, y de lo sustraído la mitad lo dedican a obras de caridad. Sus compañeros más cercanos son el Pequeño John, su mano derecha, su sobrino, Will Escarlata, y el bardo Alan de Dale.

Este es el argumento básico de Las Alegres aventuras de Robin Hood, una novela de puro entretenimiento que su autor utiliza en muchas ocasiones para desarrollar una especie de locus amoenus de corte medieval. Sin duda Howard Pyle era un gran conocedor de la Edad Media, y nos regala en esta novelita de aventuras una descripción de la vida cotidiana de aquella época, más bien del ocio que entonces era habitual y que choca en ocasiones con nuestra manera de entender la diversión, tanto ha cambiado el mundo. Si bien el estilo de la novela no es en absoluto medieval (gracias a Dios, pues es de agradecer el que sepa mantener la perspectiva), sí que lo es la forma de la narración, empezando por esa máxima del medievo que tan mal parecemos entender en la actualidad: deleitar aprovechando. Pyle pone un gran énfasis en las formas de entretenimiento medievales, siendo la música una de las que más importancia cobran dentro de la novela. No son pocas las veces en que alguno de los personajes entona canciones que son escuchadas con gran interés por sus interlocutores, mediando siempre en el capítulo un juego de falsas modestias que son inmediatamente puestas al descubierto por el entretenimiento proporcionado. Varios personajes instan a uno a cantar, que en un principio finge negarse, pero que acaba accediendo a cambio de que los demás también canten para poder disfrutar asimismo de ese modo de diversión. Siempre se niegan, pero siempre cantan. Hay que tener en cuenta para entender esto que la música era una forma de entretenimiento (la música con instrumentos, se entiende) al alcance tan sólo de los muy ricos, pues para disfrutar de ella había que ser capaz de mantener a un grupo de músicos, como mínimo a uno solo. Es como si hoy en día para poder escuchar, por ejemplo, a Def Leppard, tuviéramos que darles alojamiento, comida y un sueldo, algo a todas luces imposible para el común de los mortales. Así pues, este grupo de proscrito que luchan contra los abusos de los ricos lleva en realidad una vida muy relajada y lujosa, aun cuando viven en plena naturaleza. Y si observamos de cerca esas canciones, veremos que se trata de letrillas y romances, con un sabor muy popular (aquí no puedo asegurar si las compuso el propio Pyle para su novela o si son auténticas cancioncillas de la época, pues desconozco la lírica medieval inglesa), y eso nos ayuda a comprender el contexto en el que toda esa poesía ligera nació.

Otro de los entretenimientos de la época que observamos, son los concursos de diverso tipo que las clases pudientes organizan para diversión propia y del pueblo, ganándose de esa forma las simpatías del pueblo (pan y circo). No eran estos tan comunes pues no dependen del propio pueblo por su escasez de recursos, aunque aparecen varios de ellos en la novela, entre los que reconoceremos aquel concurso de tiro con arco cuyo premio era una flecha de oro y que estaba pensado para atrapar al jefe de los proscritos, por la película de Disney.

Pero la principal enseñanza de la novela es de orden moral, y tan sencilla como que hay que ser honestos. Vemos cómo desfilan por sus páginas personajes pudientes que se han enriquecido en muchas ocasiones a costa de otros a los que han engañado (o intentado engañar), y cómo todos ellos son sistemáticamente saqueados por los hombres de Robin Hood. Sólo aquellos que han ganado su dinero de forma deshonesta, pues también tenemos el ejemplo de un noble que nunca trató de estafar a nadie, y que no sólo no es desvalijado por los proscritos, sino que incluso recibe su ayuda. En cierta ocasión, incluso, Robin desvalijará a unos mendigos, dejando bien claro que no sólo los ricos tienen la obligación de no aprovecharse de sus semejantes porque sus bienes lo hagan innecesario, sino cualquier persona, sea de la condición que sea. Incluso el final de Robín Hood vendrá marcado por su forma incorrecta de actuar, al rebelarse contra las órdenes de su rey.

Hoy en día es difícil encontrar una novela de estas características, no sólo por la ingenuidad de su personaje principal, que representa el opuesto de los ideales actuales, sino por su estructura tan episódica que permitiría incluso leer sus diferentes partes en orden aleatorio. Si bien la historia guarda un orden, cada uno de sus episodio conforma una historia cerrada que podría ser leída independientemente. Eso hace que las subtramas no vayan desarrollándose a lo largo del relato y cerrándose paulatinamente como estamos acostumbrados a ver en la novela actual, sino que surjan y terminen en un período muy breve. Aunque esto no represente ningún problema a la hora de llevar a cabo la lectura, que resulta muy ágil. Es más, esta estructura justifica del todo el título, Las alegres aventuras de Robin Hood, pues eso es lo que es, un colección de aventuras.

La novela, en fin, es una lectura ligera pero muy provechosa si se sabe leer entre líneas, con una estructura secilla que permitirá que cualquier lector, del nivel que sea, pueda acercarse a ella sin problemas. Por otro lado, los que crecimos con las aventuras del zorro de Disney y más adelante vimos a Errol Flinn vestido de verde (como muchas veces insiste la novela que hacen Robin y sus proscritos, pues ese era uno de los colores más comunes de la ropa de camino, así que no es camuflaje en el bosque lo único que les ofrece, sino en buena medida también social), o nos entusiasmamos después con la versión de Kevin Reynolds, no podremos evitar echar de menos a Lady Marian, a la que ni una sola vez veremos aparecer entre las páginas del libro que tenemos entre manos. Quizá haya que buscarla en las páginas de Dumas, Pierce Egan the Younger ,en el libreto operístico de Harry B. Smith o en las baladas medievales. En las páginas de Walter Scott les aseguro que tampoco aparece.

8/5/10

Kiki de Montparnasse


CATEL & BOCQUET, Kiki de Montparnasse

La historia trata sobre una modelo que hace carrera en el París de la bohemia: mal empezamos. Advertiré antes de comenzar que me resulta difícil ser objetivo, pues siento no poca aversión hacia todo esa teatralidad de la bohemia, quizá por lo mucho que he tenido que sufrirla en mis años de universitario; pero que quieren, en una carrera como la filología uno se encuentra con demasiado sufridor con ganas de exhibir una supuesta liberalidad sexual.

A lo que iba. Kiki es una niña de provincias que va a vivir con su madre a París. Allí, al crecer, se hace modelo para pintores y toda su vida a partir de ese momento la pasará metida en el mundo de los artistas, el sexo y las drogas. Solo falta el rock'n'roll, vamos. El caso es que a pesar de todo este atrevimiento argumental no encontramos nada novedoso ni impactante en sus páginas; la disposición de las viñetas es muy clásica, al igual que los puntos de vista que nos ofrecen, e incluso nos damos de bruces con cierta moralina antridrogas llegados a un punto de la lectura.

Sin embargo sí que se nota cierta ambición en la novela, aunque no llegue a conseguirse su objetivo. Parece que los autores pretenden que esta novela gráfica suponga para Francia algo así como lo que La época de Botchan supone para el Japón. La representación de una de las épocas artísticas más importantes de cada uno de los dos países en el mundo moderno. Sin embargo toda la representación social que la obra de Sekikawa conseguía está ausente de esta Kiki de Montparnasse. En lugar de captar la esencia de la época, lo que nos ofrecen es tan solo un desfilar de anécdotas intrascendentes que poco aportan a la ambientación o al relato. Es más, muchas acciones quedan sin continuidad y se nos hace difícil entender después por qué sucede lo que sucede. Por ejemplo, cuando Kiki se hace modelo la ruptura con su madre es casi de odio pero luego su muerte supone la pérdida de un ser muy querido, al tiempo que no entendemos el porqué del odio de las mujeres de su pueblo, con las que hasta entonces parecía llevarse de maravilla. No se consigue tampo una identificación con la protagonista, a la que vemos pasar por la historia sin que nos importen demasiado sus victorias o desventuras.

Comparando esto de nuevo con La época de Botchan, quien lea Kiki no entenderá la época artística ni política por la que pasaba el país, como sí ocurría en aquella, ni entenderá la relación con el extranjero, los Estados Unidos en este caso, como sí ocurría en aquella, ni comprenderá el porqué de la aparición de tanto personaje del mundo de la cultura, como sí ocurría en aquella, y así un largo etcétera. Y no crean que esta comparación es gratuita, pues Kiki de Montparnasse sí que persigue todos esos objetivos, pero lamentablemente ese gran objetivo termina quedando en nada.

2/5/10

El Pistolero


STEPHEN KING, El pistolero (La Torre Oscura I)

Una de dos: o mis gustos no han sabido avanzar a la velocidad de los tiempos o soy un imbécil incapaz de distinguir una buena obra literaria cuando la tengo delante. Algo así es lo que me sucede ante la terrible decepción que me he llevado al llegar a la última página de El pistolero, la primera parte de la saga de La torre oscura, de Stephen King. Había sido tal la avalancha de recomendaciones sobre esta novela que no puedo evitar pensar que mi criterio se está viendo seriamente mermado. Y no es sólo que no me parezca una buena novela, sino que ni siquiera entiendo por qué es una novela.

La edición que obra en mi poder es la relativamente nueva y “de lujo” que se editó hace no mucho tiempo en español debido a la finalización de la saga. Entrecomillo lo de "edición de lujo" porque, de acuerdo, viene acompañada de unas láminas bastante interesantes sobre la historia, pero en lo referente al resto tampoco está tan cuidada: es una edición normal y corriente, como la que se hace a todos los libros nuevos, con el texto bastante bien encuadrado (podría estarlo mejor), pero la hojas ni siquiera están cosidas al interior del lomo.

El caso es que la historia no pasa de narrar una serie de acontecimientos aislados y sin demasiada relación de continuidad, que parecen funcionar sólo como prólogo de otra cosa y ni mucho menos forman un todo que cierre una historia ni una parte de ella, porque, como ya venía apuntando, no hay ninguna historia en estas páginas.

La edición va precedida de una introducción escrita por el propio King, en la que, craso error, deja al descubierto todos los defectos de los que luego nos daremos cuenta que adolece la “novela”. Empieza contando cómo este relato se le ocurrió al leer de jovencito El señor de los anillos. Podría ahorrarnos esta información, pues cualquiera podría darse cuenta de ello al enfrentarse a una historia en la que un protagonista busca una Torre en la que parece haber oculto alguna especie de mal ancestral. Después nos cuenta cómo descubrió el enfoque que quería darle a la historia: vio en el cine al Clint Eastwood de El bueno, el feo y el malo. Y, evidentemente, copió los paisajes e intentó copiar también el tipo de diálogos de los westerns de Leone. Por último, indica que es una novela de juventud y que años más tarde ha corregido los errores de estilo debidos a dicha juventud, aunque personalmente ni creo que lo haya conseguido ni veo mucha diferencia entre esos errores y los que se abren camino a lo largo de otras de sus novelas. Estos son los tres puntos flacos; suficientes, creo yo.

En suma, tenemos la siguiente “novela”: una historia que se desarrolla de la misma manera que El señor de los anillos (brujos inalcanzables, seres de tiempos ancestrales que guardan un conocimiento negado a los hombres, personas portadoras de mensajes incomprensibles en el momento pero que marcarán la vida del protagonista...), con las características de las películas de Sergio Leone (largos desiertos que atravesar, personajes sin rumbo ni destino, diálogos parcos dispuestos a los sobreentendidos, héroes sin una moral definida...) y plagada de recursos estilísticos que a menudo recuerdan al jovencito que escribió la novela y que King parece que nunca ha dejado de ser.

Esto último hace que nos encontremos con demasiadas cosas que chirriarán en los oídos de cualquier lector. Descripciones de una candidez tal que casi nos hacen sonreír ante la ocurrencia: “el desierto era inmenso, la apoteosis de todos los desiertos”. Comparaciones que ni aportan nada al relato ni son originales, ni ingeniosas, ni necesarias; y de éstas hay muchas, una gran profusión de un recurso tan gastado como fácil (y por lo tanto fácil de usar mal, como hace no sólo King, sino una cantidad demasiado grande de escritores): “como un perro que se persigue la cola, volvió a acosarle la insistente canción”, “esta ironía, como el romanticismo que hallaba en la sed, le resultó amargamente atractiva”.

Por último, la personalidad del pistolero resulta terriblemente endeble, rasgo que queda subrayado por la insitencia que se pone en ella. Quiere ser el rubio de los dólares pero no llega a conseguirlo nunca. Sus diálogos breves necesitan ir siempre acompañados por una explicación del narrador porque King no tiene la suficiente destreza. Hace demasiado hincapié en que quiere perder sus lazos con la humanidad, pero nada lo refrenda en toda la novela, hasta el punto de que cuando, hacia el final, por fin hay un acto que podría hacerlo, al suceder resulta casi ridículo e incomprensible. Y su relación con el hombre de negro, que parece querer ser misteriosa, no pasa de ser díficil de entender e incluso a veces ridícula.

Ya avisaba el autor que quería escribir la novela más larga jamás escrita, y parece que va camino de conseguirlo pues, como ya he dicho, estas trescientas páginas no pasan de ser un simple prólogo (sin demasiado interés, si se me permite decirlo). Por otro lado, ya he caído en la red: es medianamente entretenido (eso no voy a negarlo) y no puedo comenzar una saga sin acabarla (sólo Harry Potter tiene el mérito de haber conseguido que no quiera seguir leyendo), de modo que estoy condenado a terminarla. Ya volveremos a hablar cuando lea la segunda parte, nadie sabe cuando será.

26/4/10

Argonáuticas


APOLONIO DE RODAS, Argonáuticas

Al comparar la literatura escrita en lenguas modernas con la de nuestros antepasados griegos y latinos queda patente lo jovencísima que es todavía aquella. Mientras los modelos que ellos establecieron permanecieron durante un larguísimo período de tiempo, los nuestros parecen ser incapaces de mantenerse. Incluso uno de los más longevos, la novela, se ve amenazada de muerte cada cierto tiempo, por no decir que vive permanentemente herida. Lo establecido por Homero en el siglo VIII A.C., tiene continuidad en las Argonáuticas que tenemos entre manos, con su correspondiente evolución, claro está. Y que quede claro que digo esto desde el desconocimiento de la historia de la literatura clásica, pero el sabor de boca que queda es que la épica continúa siendo épica, con unas reglas más o menos similares a pesar de la evolución, mientras que bien poco reconocemos de las primeras narraciones en lengua castellana en la novela actual.

Al margen de esta impresión personal, las Argonáuticas parecen ser una incursión un tanto arriesgada en un tipo de composición que no estaba de moda en aquella época a pesar del prestigio que pudiera tener Homero, algo así como si alguien escribiera un cantar épico hoy en día. Pero la modernidad con respecto a aquel queda patente, aparte de en una menor longitud del cantar, en una estructura más elaborada. Externamente el poema se divide en cuatro cantos, pero internamente serían tres las partes que la componen. La primera, que narra las aventuras de los héroes hasta llegar a la Cólquide, ocupa los dos primeros cantos y es la que más participa del habitual tono de la épica, explicando la procedencia de los héroes, los oráculos y organizándolo todo de una manera episódica, como una sucesión de aventuras. La segunda parte, en cambio, se torna más novelística. En ella tienen lugar los trabajos por los que Jasón debe pasar para la consecución del vellocino de oro, el amor que Medea profesa por él y las intrigas de ésta para ayudar a su recién conocido amor, que culminarán en el abandono de la patria por parte de la mujer para convertirse posteriormente en mujer del protagonista, ocupando todo esto el canto tercero y el inicio del cuarto. Como podrán comprobar todo este juego de intrigas y valor bien podría pertenecer a un folletín decimonónico. La última parte la conforma el regreso a la patria para poner ante Pelías el vellocino y dar término así a las aventuras de los héroes, que serán perseguidos por los soldados del reino al que han robado el vellocino y la princesa.

Tres aspectos me parecen destacables de esta gran aventura, y empezaré por el último de ellos, y es que la aventura no termina realmente, sino que llegado a un punto del viaje de regreso simplemente se nos apunta que el resto del trayecto fue apacible hasta llegar a su destino, pero nunca sabemos cómo es esa llegada, ni qué sucede con la profecía del hombre de una sola sandalia, aunque supongamos que se cumplirá. Un final abierto, podríamos decir, aunque no se trata realmente de eso, sino que más bien parece darlo por sabido.

Por otro lado la semblanza del héroe pierde bastante de su heroismo. Digo esto porque Jasón es comparado con Odiseo, no abierta pero sí veladamente (sobre todo en el viaje de vuelta, en el que pasa por varios parajes que coinciden con el viaje de Ulises). Si recordamos al protagonista de la Odisea, sabemos que era un hombre decidido y siempre con muchos recursos, incluso así era llamado en muchas ocasiones. Sin embargo Jasón parece más bien un hombre falto de recursos, guiado siempre por los oráculos o los otros héroes, cosa que llega a su máxima representación cuando Eetes le propone una tarea imposible para adquirir el vellocino, y luego dice a sus compañeros: “Lo cual, desde luego, pues nada mejor podía idear, le acepté sin rodeos”.

Pero el personaje que cobra gran protagonismo a partir del tercer canto es Medea. Si bien en esta historia ella es la enamorada de Jasón y debería ser vista como una heroína en su labor de hacer que toda la empresa llegue a buen puerto, las características que se resaltan de ella son las de bruja y traidora: “...el espíritu se me revuelve por dentro en un mudo estupor, cuando pienso si debo llamar fatal al aturdimiento de la pasión o fuga vergonzosa el modo en que abandonó las gentes de los colcos”. Toda la presencia de Medea, de acción intachable aquí, está marcada por lo que todos los lectores saben que sucederá con ella después, en los acontecimientos posteriores que cuenta la Medea de Eurípides, y que Apolonio utiliza para crear una sombra de tragedia que no nos abandonará nunca a pesar de las grandes hazañas que estamos presenciando. Incluso cuando los dos amantes se conocen se dicen las siguientes palabras de Medea: “Y a ella por dentro se le desbordaba el ánimo al oírlo. Sin embargo se estremeció temerosa de ver acontecimientos sombríos”. Y más adelante un oráculo le presagia el aciago destino eliminando así cualquier sombra de duda: “Creo que tú no por mucho tiempo eludirás la grave cólera de Eetes”. Todo un juego, como ven, con las espectativas del lector, que nos crea la intriga de hasta qué punto se desarrollara la trama y no nos deja terminar de alegrarnos por la suerte de los amantes, dejando un gusto amargo en las victorias por ellos conseguidas.

El vellocino sigue allí para nosotros, en una épica tremendamente moderna, y sus doscientas cincuenta páginas no pueden ser un obstáculo para que nos hagamos con él.

19/4/10

Los detectives salvajes


ROBERTO BOLAÑO, Los detectives salvajes

El mejicano Ulises Lima y el chileno Arturo Belano viajan perdidos por el mundo. En otro tiempo fueron amigos, los líderes de un renacido movimiento literario en Méjico llamado el realismo visceral, pero ahora hace ya mucho tiempo que el uno no ve al otro. No sabemos qué los ha distanciado tanto pero tampoco podemos dejar de seguirlos. Los dos parecen marcados por un sino fatal. Lima parece arrastrarse por el mundo más que vivir y Belano busca su propio fin de forma constante. Cuando vivían en Méjico eran importantes dentro de su círculo, había gente que los seguía, personas que los admiraban. Ahora todo eso ha acabado y sus vidas se han visto condenadas al anonimato: quizá quemaron todos sus cartuchos cuando todavía eran demasiado jóvenes. Entonces tenían amores pasajeros que nunca llegaron a importarles demasiado, ahora son incapaces de retener aquel que querrían conservar para siempre; entonces la falta de dinero no parecía afectarles, ahora apenas les alcanza con el que tienen para seguir viviendo al día siguiente. Sólo una cosa parece no haber cambiado: el sexo como motor de sus vidas y de las de todo aquel que se cruza con ellos, el sexo como objetivo y al mismo tiempo como elemento intrascendente que siempre está ahí, que siempre nos acompaña, y como vehículo y representación última del amor.

Todo lo que podemos llegar a saber de ellos es sólo a través de terceras personas, pues a pesar de ser los líderes de su movimiento literario, los auténticos creadores cuya escritura el resto trata de seguir, ninguna página de su puño y letra nos ha llegado, y sus existencia se ha vuelto difusa, irreal, al ser lo único que tenemos las palabras de otros que aseguran haberlos conocido.

En su deambular por el mundo la vida ha demostrado ser más fuerte que cualquier amistad que los hubiera unido y ahora uno ya casi ni sabe quién es el otro. Ya no se tienen el aprecio que se tuvieron, incluso han llegado a insultarse en la distancia. Ni los amores que les cambiaron han sido capaces de hacer frente a la vida, han sido abandonados por ellos y sólo la poesía parece ser eterna compañera.

Sólo uno de ellos regresará al punto de origen al finalizar su viaje, no hace falta decir quién, su nombre lo delata, sólo uno volverá a ser amigo de los que ya lo fue en su juventud, el otro sencillamente se perderá y se convertirá en leyenda, ya nadie podrá volver a dar noticias de su paradero y cada vez que se hable de él seguirá teniendo la misma edad que la última vez que de él se supo. Así su nombre se convertirá en una leyenda fugaz para aquellos que lo conocieron, pero para nadie más, pues sus poemas parecen haber sido tragados por la tierra que nunca devuelve lo que se lleva, y nada quedará de ellos, tan sólo una historia imprecisa y ya demasiado teñida de irrealidad.