7/2/10

Alicia en el país de las maravillas


LEWIS CARROLL, Alicia en el país de las maravillas

La de Alicia es una historia que todo el mundo parece conocer, o que al menos cree conocer. En la mayoría de los casos lo más cercano a esta afirmación son aquellos que en algún momento vieron aquella adaptación en dibujos animados realizada por Walt Disney. Es cierto que resulta una lectura interesante tanto para niños como para adultos, pero en modo alguno se me antoja la obra maestra que representa que es. El juego de los cambios de tamaño no pasa de ser un mero divertimento infantil, y la aparición de la reina y la baraja de cartas como elemento "unificador" del conjunto parece insuficiente.

Quizá la escena más interesante de todas sea la merienda de locos, con el sombrerero, la liebre de marzo y el lirón tomando el té y manteniendo una conversación delirante, no muy distinta de lo que pueden parecer nuestras importantísimas disquisiciones a un niño de cinco años, única edad en la que, como todos sabemos, se piensa en cosas realmente importantes. Y es que aquí nos resulta más fácil identificarnos con los tres chiflados que con Alicia, que, a pesar de su corta edad, representa el elemento adulto, y cuando a una edad ya cumplida leemos un libro infantil queremos ser niños, alocados e irresponsables, y no el elemento que impone la razón.

Sin embargo, por interesantes que resulten varios de los momentos de Alicia en el país de las maravillas, esos momentos, brillantes en ocasiones, resultan inconexos hasta el punto de que una vez concluida la lectura es difícil rememorar el hilo de la historia. Aunque tiene los suficientes méritos para que nadie deba admitir no haber tomado un té con el sombrerero loco, o no haber perseguido a la carrera al conejo blanco, con temor a llegar tarde no sabemos muy bien a dónde.

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